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Tuvimos que pasar todo ese día y la noche en el Campamento de H. P., donde estaba funcionando la torre de perforación del Capirona Norte. Fue, sin duda, un día de maduración de la vocación misionera de las Hermanas Lauritas, y una gran prueba también para Araba, que se había Ilusionado con volver a su casa. La amabilidad y la generosa hospitalidad que nos brindaron todos los personemos de H. P. y el gru– po de trabajadores aliviaron en gran manera nuestras impaciencias. Día 27, martes. Amanece con neblina cerrada, que invita al recogimiento. Las Her– manas salen de su hora de meditación cuando suena el helicóptero. Ve– nía por nosotros. Llegaba también el Dr. Nelson Rengifo, médico del Hospital de Coca, enviado por el Director Provincial de Salud del Napo. Movidos como por un resorte, nos apresuramos a embarcar lasco– sas: las medicinas, las dos gallinas y los dos pollos, regalos de las Her– manas a Araba, nuestro equipaje, unas botas recogidas en buen estado en el basurero de la Compañía, semillas de toronjas, papayas y de otras frutas; un saco de naranjas, regalo del personal de cocina... Todo con rapidez y sin perder tiempo, hasta el reloj que se olvidaba en el cuarto de la Hermana Inés... Media hora más tarde, estamos ya rodeados del grupo Huaorani en el helipuerto 34, 6. Indescriptible la emoción de las Hermanas y la alegría de los Huaorani. Araba no acierta a salir de su sueño: ahí están su madre y su padre. Buganey está en plena crisis palúdica, con escalofríos. Se sacan fo– tos por parte de los personemos de H. P., Sres. Ingenieros Perdomo y Romero. El helicóptero se marcha, para volverse a las doce del medio– día en busca de los ingenieros, que animados por la acogida que nos han dispensado los Aucas, se quedan para observar mejor y poder va– lorar nuestra estadía entre los Aucas. Nos dirigimos a las casas, que están a unos quinientos metros de distancia. Rompe la marcha la Hermana Inés, acompañada de las otras mujeres. Los hombres seguimos detrás, llevando bultos, pero menos cargados que las mujeres que, según costumbre Huaorani, llevan las cru·gas más pesadas para, sin duda, dejar libertad a los varones de aprovechar las oportunidades de la cacería. 125

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