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Las Compañías Petroleras quieren tomar medidas preventivas pa– ra su gente, y nosotros queremos urgir para que se solucione el proble– ma del pueblo Huaorani. El Director Provincial de Salud del Napo toma cartas en el asunto y se compromete a viajar él mismo, para investigar posibles complicacio– nes de otras enfermedades y encomendar el asunto a la Malaria, organis– mo encargado de la erradicación del paludismo. Pero estamos en las fies– tas de Carnaval y el personal de Malaria se encuentra de vacaciones. No hay, pues, quien pueda acompaflar al Doctor para tomar las muestras. Llega desde Quito, viajando en autobús toda la noche, la Hna. Inés Ochoa, de la Congregación de las Misioneras de la Madre Laura, que ha participado en el Capítulo Provincial de Quito como Delegada y donde ha expuesto con calor misionero sus ideales de participar en la evangelización del pueblo Huaorani. La Hna. Inés me muestra una carta de recomendación de la Madre Provincial que, de acuerdo aJ sen– tir unánime de todas las asistentes al Capítulo, le autoriza para que con otra religiosa de la Congregación o de otras Congregaciones reli– giosas, puedan participar en esa evangelización. Además todas las Hermanas ofrecen sus oraciones y sacrificios con este fin. Sin titubear más, nos presentamos en las oficinas de Cepe para pe– dir pasajes para las dos Hermanas: Inés Ochoa y Amanda Villegas, que irán acompañando a los Doctores y se quedarán entre Los Huaorani el tiempo que sea necesario para administrar los remedios. Era la hora de Dios y no hubo dificultades invencibles. Las Hermanas Lauritas con el pueblo Huaorani. Lunes, día 26. Siete y media de la mañana. El helicóptero ha em– prendido su vuelo desde Coca. Los rostros de las Hermanas reflejan alegría incontenible de ideales misioneros conseguidos. Volamos entre la neblina mañanera, perfumada de aroma de oraciones de las otras Hermanas que rezan fervorosas en ese momento en Coca. Nos abaste– cemos de combustible en Añango y seguimos rumbo al Yasuní. Nubes de tormenta surgen amenazadoras en la zona del Tiputini. Sobrevola– mos el pozo Capirona Norte y nos adentramos hacia el Yasuní. Arrecia la tormenta y llueve. El piloto no juzga conveniente insistir en el ate– rrizaje, y volvemos al Capirona Norte. - Volveremos más tarde - dice, para consolar La pena de las dos Her– manas. 124

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