BCCAP000000000000138ELEC

puchinos del convento de esta villa, sin tener quien les socorr!era. Nos reunimos entonces varias personas y, turnándonos, les llevába– mos todos los días alimentos y ropas limpias.» (Manolita Fernández González.) «Como la Residencia de los !padres Jesuitas era incapaz para tener a tantos presos, aun medio hacinados, resolvieron trasladarnos en camionetas descubiertas a la iglesia parroquial de San José, como en efecto lo hicieron el dia 12 de agosto.» · X Entregadnos al.clero para hacerle picadillo.-La «Saca». Como cordero, al m(Ltadero.-En el cementerio de Jove. En la iglesia de San José estaban los presos menos incómodos, por ser aquel local sagrado, profanado ahora por los rojos y conver– tido en cárcel de religiosos, sacerdotes seculares, buenos cristianos y excelentes patriotas, más capaz para tantos detenidos que la Re– sidencia de los padres Jesuitas. Pero lo que podía llamarse relativa– mente alivio solamente duró dos días, pasados los cuales, habían de ser conducidas al matadero inocentes víctimas sacrificadas por la fiera humana nunca satisfecha ante la sangre de sus semejantes. Jamás le ha faltado un pretexto .para -el asesinato. En Gijón sirvió de pretexto el haber bombardeado los nacionales objetivos militares el día 14 del mismo mes de agosto. Testigos presenciales van a refe– rirnos 'Personalmente los bárbaros acontecimientos. »Me consta que asesinaron a los Capuchinos que estaban conmigo presos, menos al Cocinertn, como después comentábamos lamentan– do su muerte, el día 14 de agosto, en el cementerio de Jove. »La saca para los asesinatos fué de la siguiente manera: Bajo pretexto de unos bombardeos de la aviación nacional, el día 14 de agosto del citado año, como a las cuatro y media de la tarde, la muchedumbre, enloquecida, irrumpió en la iglesia-prisión, disparan– do armas de fuego a todos ~os indefensos presos. Las blasfemias y los insultos eran inauditos. Los mueras contra todos, los mayores improperios, el lenguaje más soez, salian de sus labios envenenados. Especialmente gritaban: «Que nos entreguen el clero para hacerle picadillo.» »Entre tanto, los detenidos nos refugiábamos en los altares la– terales, en espera de nuestro último fin. El joven Gaspar Díaz Jove, que estaba delante de mi, interpretando el sentir de todos pedía a los sacerdotes que nos dieran la absolución. En este preciso momen- 56

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz