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,El día 30 de julio, los tres sacerdotes mencionados fuimos a ce– lebrar misa al Asilo de Ancianos del paseo del Doctor Esquerdo. Era una casa que estaba protegida por la Embajada francesa, por ser aquella comunidad de religiosas de origen francés. Fué la última misa celebrada por el padre Andrés, y durante mucho tiempo por los dos que le acompafíábamos. »Regresamos a la pensión de San Antonio a la hora de comer. Y a primera hora de la tarde el padre Palazuelo fué a una casa de la calle de la Libertad, donde se habían refugiado un número con– siderable de teresianas. Dedicó varias horas -de la tarde a confesar a las que iban huyendo de la persecución roja y que presentían que se avecinaban días muy difíciles. , cerca de las nueve de la noche nos encontramos los tres sacer– dotes en la plaza de Santa Ana, muy cerca de la pensión de San Antonio. El padre An-drés venia cansado y con dolor de cabeza. Que– ría ir a dar un paseo por la Castellana o por el Retiro, ya que era muy pronto para r-etirarse a descansar en la pensión. Le disuadí de tal intento, temiendo que nos pidieran la documentación en plena calle. Yo sabia que mi señor tío no tenia documentaci.ón civil.» IX Registro en la pensión.-El teléfono, intervenidO.-«Iré donde Dios quiera.,-«No he hecho mal a nadie.,-De– tenido y llevado por los milicianos. Dejábamos en nuestra narración al siervo de Dios en la pensión de San Antonio el día 30 de julio por la noche. Ahora va a ser nues– tro estimado amigo el duefío de la pensión, don Antonio Ignacio Lucas Vaquero, quien nos relate el registro en la pensión y las fa– eetas dolorosas y de irreparables consecuencias para el siervo de Dios -ocurridas durante y después del registro. «El día veintinueve de julto del año mil novecientos treinta y seis vino a nuestra pensión el padre Andrés de 1Palazuelo, Capuchino, del eonvento de Jesús de esta Villa de Madrid, con otros dos señores sacerdotes: don Maximiliano González, sobrino del padre Andrés, y don Manuel V;illares, a pedir hospedaje. Porque ya todos los reli– giosos estaban fuera del convento a causa de la persecución religiosa. Nosotros, no obstante tener ya en la pensión a una señora, esposa de un policía, con tres hi.jas, y a un buen número de religiosas, hasta nueve, con mucho .g.usto los admitimos en nuestra penstón. Al padre .Andrés ya le conocíamos por haberle visto muchas veces en la igle– .sia de Jesús. 33 3

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