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dad y solicitud tal .para con los enfermos, que podía compararse a la de la más cariñosa madre.» ( Pr;tdre O legaría de Cifuentes.) «Fray Alejo era muy observante, amable y trabajador. Nunca oí a ningún religioso alguna queja contra fray Alejo. Los estudiantes le teníamos como modelo perfecto de todas las virtudes, y creíamos que por la mañana no desayunaba. Tal vez se dió cuenta él de ésta nuestra persuasión, y creo que para disimular, un día, cuando los estudiantes estábamos desayunando, fray Alejo colocó una tacita de chocolate sobre la tabla de la ventanilla del refectorio; entró luego en el comedor, r-ezó con los brazos en cruz una avemaría, y, vuelto de cara a los coristas, la sorbió de varios tragos; luego. otra ave– maría, y se marchó a su trabajo.» <<A fines del año 1932 nos hallábamos en la enfermería con idéntica enfermedad dos estudiantes coristas que ·estudiábamos tam– bién el mismo curso de Teología. Hacía ya varios meses que nos venía asistiendo con gran esmero en nuestra enfermedad el her– mano enfermero; pero, debido a una indisposición en su salud, hubo de guardar cama varios días. Creyó conveniente entonces el padre guardián poner en la enfermeria, para cuidarnos a los dos estu– diantes enfermost al hermano fray Alejo. >>Desde el primer momento cogió su nuevo .cargo con inusitado entusiasmo, y para atendernos mejor se instaló en una celda junto a la nuestra. En un principio le dí yo más quehacer, a causa de las continuas hemoptisis. Sentía tener que despertarle por la noche; pero en cuanto oía el timbre, el buen hermano se levantaba corrien– do e iba sonriente a mi celda. Esta fué la nota característica de su asistencia como enfermero: una alegría tan profunda, tan espiri– tual y tan regocijada, que nos comunicaba optimismo. Siempre le vimos alegre; y para que estuviésemos regocijados, nos refería chis– tes y cuentecitos que nos hacían reír extremadamente. Esto con– tribuyó en mí a reponerme. >>Por otra parte, parecía que no dejaba el rosario de la mano; siempre entretenido rezando, arreglando rosarios, siempre de prisa.. alg.o encorbado. Aunque no le llamáramos, venía con harta frecuen– cia a nuestras celdas a ver si necesitábamos algo. Nuestros deseos más min¡mos eran para él verdaderos mandatos. El mismo nos pre– paraba los alimentos, y tenía buen cuidado de hacerlo a nuestro gusto y sumamente abundantes. Gracias a su esmerado cuidado pude reponerme y continuar los ·estudios. Por todo ello le estoy íntima– mente agradecido y siempre me es agradable su figura como enfer– mero.» (Padre José Antonio de Miengo.) 284

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