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sación cuando el padre Carlos, vestido de mono, a.compañado de los del Estado Mayor, que le conducían preso, se presentó en el domi– cílto de la famil~a Castañeda. Ante esta visión, y la manera de pre– sentarse el padre Carlos, medio atontado, supuso el padre Sixto que le habían hecho padecer mucho; pues sólo le manifestó que venía a verle en compañía de aquellos amigos. Pero ellos, que intentaban descubrir la red imaginaria de espionaje de Pablo Merillas-Orcasitas– Juan Bermúdez, desde -el primer momento le acometieron con toda clase de preguntas, especialmente por qué conocía a Pablo Merinas y dónde se encontraba Juan Bermúdez. Como el padre Pesquera tenía carnet de estudiante, les man1festó que por razón de sus estudios se había encontrado algunas veces con el primero. El capcioso inte– rrogatorio se prolongó por más de tres horas; registraron toda la casa y le amenazaron con darle el paseo, lo mismo que habían hecho con el padre Gregorio y lo harían con el padre Carlos, e intentaron nevársele. Pero alegó el padre Sixto que estaba enfermo. Llamaron ellos a un médico de la Dirección General de Seguridad, y al com– probar que la temperatura era muy elevada, cllspuso que no le saca– ran de la cama. Mientras hablaban los esbirros que con el padre Carlos habían venido, el siervo de Dios estaba apartado a un lado, y guardaba el mayor silencio. El padre Sixto le miraba repetidas veces, y el pobre no pestafleaba. ;por eso, aunque nada le manifestaron dedujo que había sufrido mucho a aquellas horas, y que no era dueño de si para poder hacerle la menor indicación. De hecho, la familia Or:casitas, que si estaba enterada de las amalJguras del padre Carlos, manifestó al padre Pesquera que, efectivamente, había sido mucho lo que le habían hecho sufrir en aquellos días, desde el momento que le ha– blan considerado como espia y prisionero. Esta -gravísima faceta se termlnó dejando al padre Sixto en la cama~ asegurándole que a los tres dias volverían a buscarle, con lo cual le dieron bien clara la voz de alerta, y se volv~eron a El Esco– rial, llevándose al padre Carlos. Ante los hechos relatados ocurre preguntar: Cuando el padre Carlos declaró palactinamente que era religioso Capuchino de El Pardo, ¿no le creyeron los del tribunal que le tomaron declaración? Al parecer no se lo creyeron por entonces. antes bien, supusieron que aquella documentación, el contrato ractiotécnico, el apellido Or– casitas, Juan Bermúdez, que ya descansaba en el seno de Dios, el padre Sixto y la famma Castañeda, formaban una peligrosís1ma red de espionaje, que se comunicaba desde El Escorial con las fuerzas nacionales bastante próximas y presionando fuertemente para con– quistar aquella plaza en manos de los milicianos-comunistas. Pero, 229

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