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El si~rvo de Dios padre Andrés no sólo pc.seyó siempre una fe limpia de todo error, sino que fué además profunda y práctica. cTenia una fe robustis!ma en las verdades de nuestra Santa Religión. Esto lo pude apreciar muchas veces, por el f~rvor extraordinario con que celebraba la Santa Misa, administraba los sacramentos, predi– caba la palabra de Dios. Como casos singulares que corroboran mi afirmación, recuerdo estos dos: Que habiendo en la iglesia de Jesús una extraordinaria devoción a la imagen del Nazareno, tan cono– cida en Madrid y en toda España, el padre me dijo muchas veces: «Hija mía, al Señor donde más de verdad y cerca lo tienes es abajo. en el Sagrario, más que arriba en la imagen. Segundo: Tenía un santo horror a las supersticiones, hasta tal punto que quizá la única vez en mi vida que yo vi al padre un tanto fuera de sí, ocurrió pre– cisamente predicando contra las ridículas supersticiones, que aún en el pueblo cristiano se ven con triste frecuencia.» «Era devottsimo de la virtud de la fe que tenía arraigada en ·lo más profundo de su corazón, como pudo demostrar– lo reiteradamente ante nosotros en la clase de Teología. Por enton– ces había salido la encíclica «!Pascen.di» y el Decreto «Lamentabilb de San Pío X contra el modernismo, y no puedo olvidar el celo que él desplegó para hacernos ver los errores de este sistema, poniendo siempre por delante de nuestos ojos la objetividad de la fe frente al sentimentalismo, que era propio del modernismo. Incluso irra– diaba su actividad en favor de la fe al exterior; y así recuerdo que aquí bautizó él mismo a una familia de protestantes que él habia traído a nuestra religión. Otra prueba de su fe profunda nos la suministra el respeto que siempre demostró a la Santa Iglesia y a toda la Jerarquía, ya que muchas veces .ponderó su grandeza y mag– njficencia y nos exhortaba a la sumisión más absoluta al Papa, Obispos y Jerarquía en general. Conviví con él algún tiempo, y nun– ca le oí la menor expresión que pudiera ser menos honrosa para el ministerio sacerdotal.» (Padre Dámaso de Gradetes.) No menos que la virtud de la fe se destacó en el siervo d~ Dios la filial confianza en el Señor, esperando con humilde seguridad los medios para alcanzar la eterna bienaventuranza y el arribo feliz a las dichosas playas celestiales. «Siempre se manif.estó con una gran esperanza, porque confiaba en que por la misericordia de Dios habia de llegar al cielo, como también. nos lo decía a nosotros, que Dios no nos faltaría y allá nos llevaría.> En una ocasión le oí decir: e¿ Qué voy a predicar yo si no es la religión de Aquel que es el Salvador de los hombres?» «En cuanto a -esta virtud, recuerdo cómo se condujo ·en la muerte de su padre estando presente. Entonces reveló su gran confianza en 21

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