BCCAP000000000000138ELEC

-en dirección hacia la capital, rodeando y más rodeando, pudo llegar .a Madrid. Una vez allí, cruzó calles, atravesó plazas y llegó sin nove– dad a la casa de la familia Orcasitas, de él ya conocida, porque tenian los dueños tienda· de ferretería y material eléctrico, a la que iba .el padre Carlos con alguna frecuencia para compra:r material, por -orden de los Superiores, para arreglos e instalaciones en el colegio y convento de El P.ardo. Cua.ndo llegó al hogar acogedor vestía pan– talón oscuro, camtseta blanca de manga corta, calzaba alpargatas y -desfigurado con unas g.afas negras. Al presentarse dijo serenamente: «Yo soy el padre Carlos que vengo huyendo del Pardo, y no tengo ·donde meterme.» Inmediatamente le recogió la familia, a quien re– f~rió el asalto al convento y cómo él había salido huyendo por la huerta. Tenia una pequeña herida en el pie, producida al saltar la tapia; se lavó y curó y se quedó ya en la casa, ocupando la habita<:ión de un hijo de la familia, justificando su presencia como amigo y com– -pañero de estudios del mismo. Pero aunque el padre Carlos tenía buena documentación como ·estudiante, sin embargo, aparecía con domicilio en el Sant1s~mo Cristo de El Pardo, dirección para él por demás comprometedora. Por eso procedió la familia a proporcionarle otra documentación más di– simuladora, en que constaba su calidad de estudiante, originario de la Zona Nacional, quedando magní~ca, constando en ella su nombre civil solamente, que como es sabido, era el de Pablo Merillas. Como verdadero religioso se portó en el domicilio bienhechor, .haciendo con regularidad sus devociones particulares y rezando con la familia el santo rosario todos los días. Mostraba también gran se– renidad, aunque sin temeridad, pues: cuando oia a algún miembro de 1a familia hablar de temores y miedo por las gravisimas dificultades y pelig.ros porque atravesaba la gente buena y honrada, le decía el -padre Carlos: eNe se preocupe»; manifestando que lo importante cera estar bien con Dios>. Más aún: Cierto dia hicieron los mili– cianos un minucioso y terrible registro en la casa, buscando al dueño don Pedro Orcasitas. Sobrecogida de espanto su hija María, abogado de profesión, fué a comuntcárselo al padre Carlos; y al decirle que alegara ante los esbirros su condición de estudiante de la Universi– dad, compañero de ella, él no se inmutó lo más mínimo, y tranqui– lamente -la contestó: «No te apures, porque no habrá lugar; aquí no entran.> Y así fué, pues, a pesar de haber registrado casi toda la casa, no entraron donde él se encontraba. Muy pocas veces salió el siervo de Dios del bondadoso hogar, y .cuando alguna que otra vez lo hizo fué para ocuparse de buscar refugio a otros religiosos, o proveerles de documentación adecuada a las circunstancias, como ocurrió en una de ellas con el siervo de 224

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz