BCCAP000000000000138ELEC

chos trabajos misionales. Por eso, se quedó, con los debidos permisos~ en la Custodia de Venezuela, con residencia especialmente en Ca– racas y en Valencia del Rey. Por cierto que conservamos una inte– resante fotografía del siervo de Dios hecha en Caracas, por demás curiosa. Acompañado del padre Benigno de Fresnedillo, abnegado. misionero del Caroní, ya fallecido, está el padre Carlos, puestos los auriculares, haciendo un aparato de radio. Los dos sonríen; pero el padre Carlos está atento a que la percepción resulte clara, 1ntelig.i– b1e y agradable a los futuros sintonizadores. Las habilidades artísticas y mecánicas del siervo de Dios, su ca– rácter sencUlo y comunicativo, su innata amabilidad, le indicaban para hacer gran apostolado, especialmente entre las gentes cultas de Venezuela. Sin embrago, la salud bastante precaria ya desde estu– diante, de día en dia iba decayendo, aumentando las dolencias del estómago, y la anemia, por falta de la necesaria nutrición, se presen– tal;>a con caracteres alarmantes. Por el dicho motivo juzgaron los Superiores un acto de prudencia y caridad disponer su regreso a la patria antes de cumplir un trienio en el trópico agotador. Así lo hizo el padre Carlos, siendo temporalmente destinado al convento de Gi– jón, ocurriendo entonces la anécdota referida en págjnas anterio– res sobre el automóvil parado en medio de la calle de aquella ciudad asturiana. Restablecida en parte la salud y recuperadas las energías con– siguientes, fué nombrado profesor en el Seminario Serárifo de El Pardo, especialmente de sus artes predilectas, la música y el dibujo. En estas ocupaciones educativas, debidamente cumplidas, pasó el resto de su corta vida, hasta el 21 de julio de 1936, en que tuvo que abandonar el convento, asaltado por las hordas marxistas. IV Ante el asalto ~l convento de El Pardo.-Acogido por la familia Orcasitas.-Un contrato ingenioso.-Traslado a El Escorial. Cuando el 21 de julio de 1936 invadieron los comunistas el con-· vento de El Pardo, formaba parte de aquella Comunidad el padre Carlos, seg.ún ya queda dicho. Pero él, que nada tenia de perezoso ni parado, y que no queria ser de cualquier manera asesinado, siguió su propio criterio de salvarse por entonces. Para ello, burlando la vi-– gilancia de los invasores, saltó la tapia de la huerta del convento sin ser visto. Como, por otra parte, conocía bien los atajos del monte 223'

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz