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tenian como un verdadero santo; pues aún la conversación familiar .era casi siempre -espiritual, pero sin cansar, sino atrayendo hacia el amor y la piedad.» (María del Carmen Naveda Velarde.) «Yo tenia al padre Miguel por verdadero santo. El me adivinaba mis necesidades ·espirituales y temporales. En una ocasión en que me veía en grandes apuros económicos, me mandó el padre Miguel que orara por espado de una hora ante el Sagrario y que me fuera tran– quila. Cuando llegué a mi casa, encontré una carta anónima con el dinero que necesitaba. Fui al día siguiente al convento, y el padre Miguel me dijo: <<Supongo que usted ya está remediada, pues se lo he pedido a Jesús.» (Julia Chautón de BallesteJros.) VIII Gravísima responsabilidad.-Completa serenidad. La morada aislada y tranquida del convento de Montehano fué también turbada, con gravísimas consecuencias para sus moradores, pues algunos días antes de ser expulsados los religiosos por el Frente Popular, «los milicianos hicieron varios reg.istros, y ante la indeci– sión del padre Guardián, tuvo que afrontar la situactón el padre Mi– guel, q).le lo hizo con verdadera entereza de ánimo, a pesar de su ca– rácter tímido y apocado. El día 7 de agosto nos obligaron a salir del convento por la huerta para hacernos un registro personal, y luego otro registro en el convento, a ver si había armas; en estos registros acompañaba ·el padre Miguel, a quien consideraban como Superior y le tachaban como hombre peligroso, por considerarle de talento. Merced a los ruegos del padre Miguel, ese d1a pudimos comer todos juntos en el refectorio, aunque vigílados por los milicianos que hacían guardia. T-erminada la comida nos reunimos los estudiantes con el padre Mig.uel en la clase llamada de Fisica, pidíendo éste a los mi– lic.ianos que le dejaran hablarnos a solas, cosa que le fué negada. Distribuidos entonces en varios grupos, iba sucesivamente conso– lándonos a todos. alentándonos y dándonos normas para nuestro com– portamiento espiritual durante el tiempo que estuviéramos disper– sados. A continuación nos distribuyó por las casas y pueblos donde teníamos que ir, diciéndonos que él se quedaría en el convento un día o dos para h acer el inventario.» (Padre Justo de Valdemora.) 187

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