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de religioso Capuchino, y para justificar su estancia en mi casa djjo que, como yo me hubiera enterado de que él se encontraba en un hotel haciendo gastos que no podría soportar por mucho tiempo, le habia mvttado a venir a mi casa, como así lo hizo. «Si-respondió Neila con tono socarrón-; ustedes siempre encuentran quienes les reciban.» Luego del interrogatorio fué nuevamente conducido al só– tano. Algo nos pudimos comunicar los dos aquella noche por medio de una señorita que vivía en la casa convertida en checa. »A las nueve de la mañana del día siguiente fuimos los dos trasladados a la Cárcel provincial, pero separados, en donde perma– necimos solamente vetnticuatro horas, pues el lunes, a las nueve de la mañana, fuimos también llevados, aunque separados, al barco– cárcel Alfonso Pérez, anclado en la bahía de Santander. Dicho barco, requisado para cárcel, tenia unas 7.000 toneladas y estaba dotado de cuatro bodegas, en ias cuales recluían a los detenidos. Yo fui conducido a la bodega número 4, y el padre Ambrosio, a la número 2. Enterado yo por el mismo padre Ambrosio, en un momento en que nos vimos sobre cubierta, al acudir a nuestros menes);eres, y con toda la cautela posible para que no nos vieran nuestros guardianes, hice las gestiones convenientes, así como también él hizo la petición, pidiendo el traslado a la bodeg.a número 4, consiguiéndolo a los po– cos días. Aquí se encontró el padre Ambrosio con más amigos y también con algunos sacerdotes. Mis hermanas le enviaron un col– chón, le arreglaban la muda y algo de comer recibía también de ellas. »La vida del padre Ambrosio en el barco--prisión. Altcmso Pérez fué edificante, como lo había sido en los refugios. Se levantaba muy temprano para lavarse sobre cubierta, a la cual subíamos por una escalera que nos tendían nuestros guardianes. En seguida comen– zaba sus rezos, que hacia paseando en torno a la ·bodega; rezaba igualmente el breviario, furtjvamente introducido en la bodega del barco; leía algunos ratos, predicaba los domingos, y luego con todos alternaba, saturado el espíritu de optimismo que procuraba comu– nicar a los demás refugiados. El padre Ambrosio guiaba también el Tosano, que rezábamos todos los dias en una de las parroquias en que se dividió la prisión número 4. Para celebrar la fiesta de la In– maculada hicimos la novena, dirigida por el padre Ambl'psio, con algunas oraciones por él compuestas o preparadas. Así pasamos los días con zozobras e incertidumbres, hasta el 24 de di-ciembre, en que yo fui puesto en libertad. Al salir del barco....prisión y al despedirme del pad·re Ambrosio él me dijo: «Acuérdese de mí.» (Celso de la Cruz Cuerno.) * * * 164

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