BCCAP000000000000138ELEC

VIII El cadáver y la foto del siervo de Dios.-En la Almudena. Exhumado e identiticado.-En la Sacramental de San Isidro.-El proceso de beattficaci6n.-Ultimas palabras sobre el siervo de Dios. El cadáver del padre Manila fué identificado en el cementerio en donde se hizo la correspondiente ficha y sacaron la fotog.rafía inconfundible del mismo, que oportunamente fué recuperada y te– nemos ante la vista. Una vez identtficado el cadáver fué inhumado el día 19 de agosto en el cementerio de la Almudena, ciertamente en caja, como se pudo comprobar por testigos presenciales en el momento de la exhumación. El 9 de julio, es decir poco menos de cuatro años más tarde, de la fecha del martirio, fué exhumado y reconocido el · cadáver o sus restos, pues, como escribe el padre Buenaventura de Carrocera, testigo presencial, «porque las señales que presentaban los restos eran inconfundibles. A pesar de haber transcurrido bastante tiempo, la ropa estaba todavía en bastante buen estado, así como su carne se conservaba relativamente fresca y sin perder el natural color» No es necesano repetir lo escrito sobre traslado, solemnisimos fu– nerales e inhumación definittva en la cripta de los Capuchinos de la Sacramental de San Isidro, ya consignado en páginas anteriores, con relación a los restos del siervo de Dios padre Fernando de San– tiago. El proceso de beatificación forma un todo con el de los otros religiosos asestnados en Madrid y El Pardo; está muy adelantado, casi terminado; pero faltan detalles antes de poder trasladarle a la Sagrada Congregación de Ritos, esperando en el Señor que pueda pronto concluirse. Terminamos estas breves notas biográficas con unas palabras consignadas por la competente y meritoria seftorita Inés González Torreblanca: «Tales son los recuerdos que fielmente mi memoria re– produce en relación con el mártir Capuchino reverendo padre José María de Manila, al que en aquellos amargos días comprendidos entre el 20 de julio y 13 de ag.osto de 1936, tuve la suerte de tratar de cerca y la pena enorme de no poder aliviar en más su triste situa– ción. Me queda de él ese grato sabor que deja todo aquel que edifica con sus actos : una obediencia ciega abrazando por ella estrecheces y peligros; su austeridad voluntaria y mortüicación continua en los 152

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz