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Contesté que le dijera al padre que iría inmediatamente, en cuanto el médico viniera. La pregunté si le pasaba algo; y me dijo que le estaban echando constantemente de allí. Después supe que habia corrido entre los indeseables vecinos de aquella casa y sus cercanías, la noticia de que los v.iejos tenían un fraile escondido, y eso moti– vaba el lanzarle inmediatamente de su compañía. Creo, sin equivo– carme, que a eso obedecia su llamada. ¿Acaso para acompañarle a casa de sus parientes? ... Posiblemente sí, ya que días atrás le había yo preguntado, sin conseguirlo, me dijese la dirección de una prima suya casada con uno de la situación, que vtvia en Alfonso XII. A toda costa quería yo hablar con la señora por ver si le sacábamos de aquella casa, exponiéndole la situación en ella del pobre padre. Me atajó, como siempre: «Esto durará ya poco ... Verás la Virgen de agosto.'- No pude, pues, informarme dónde vivían sus parientes. Allá en la fibra íntima de la delicadeza esquisita de su conciencia que– daron los motivos de no apelar sino en lo más extremo del. caso a estos familiares suyos, que poca cosa hicieron por él... :.Sali de casa después de dejar tranquila a mi madre, en cuanto se marchó el médico, al que esperé toda la mañana. Sería alrededor de las cuatro de la tarde. Encontré a Juan y Carlota asustadísimos, y la casa revuelta a causa de un minucioso registro efectuado en esas primeras horas de la tarde. Me contaron que habían detenido al pa– dre hacia mediodía, en Alfonso XII, y que los milicianos creían que quedaba aún otro fraile alli escondido e iban a volver, por lo que me dijeron que me llevase todo lo del padre. Les dije que tuvieran calma, que nada podía llevarme en aquellos momentos; sólo unas medaUitas que se había dejado al salir precipitadamente obligado; envolvi el breviario y les dije que el blusón y la ropa la mezclasen entre sus cosas, ya que era ropa de hombre; que ya me lo iría llevando poco a poco, pero no entonces, porque fácilmente estarían las cercanías vigiladas, y quedé en volver pronto, por si se sabían noticias de su paradero. Volví el martes 18. El día anterior conté este caso en la biblioteca secretamente, y un compañero policía, muy buena per– sona, quedó en averíg.uar algo en la Dirección de Seguridad. No <Uó lugar, pues me informaron en la casa, que la asistenta, aquella ma– ñana, había visto su cadáver en el DepóSito Judi.cial. Dos interrogantes se ofrecen al lector atento, vista la página an– terior: ¿Intentó el siervo de Dios celebrar la Santa Misa el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la V~rgen? ¿Logró celebrarla como eran sus ardientes deseos? No puede demostrarse ni lo uno ni lo otro, con los testimonios de que actualmente se dispone. Cierta la insistencia casi tenaz con que manifestó su propósito al padre Sixto de Pesquera. Cle.rto también que por aquellos días indicó a la seño- 150

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