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1919 y 1920, y por su cargo de Secretario Provincial durante varios trienios. Siempre le tuve por un religioso perfecto y santo; jamás vi en él defecto alguno, y sí toda clase de Virtudes., (Padre Manuel de Hontoria.) «Era el padre Fernando dechado de virtudes cristianas y rell– giosas. Desple.gó su celo en el confesonario, deseoso de llevar las almas a Dios y siempre sometido a las órdenes de los Superiores. que en ocasiones le impedían acudir al confesonario por otros cargos. Y realmente era un confewr dotado de una amabilidad y dulzura verdaderamente evangélicas. En el trato con los demás era en g!an manera amable y flexible, sin faltar a sus deberes. Jamás se le oyó murmurar ni dejarse llevar de la ira, aunque fuera molestado. Siem– pre se le vió ecuánime y era también servicial con todos. A pesar de su delicada salud, era inuy observante. No dejaba los Maitines de media noche ni la oración de la mañana. También se distinguía por su piedad. Tenia en un dedo una -especie de anillo de cuerda, y por la parte de dentro llevaba una medalla, y esto al parecer, le recordaba la presencia de Dios. ~Recuerdo del padre Fernando su exquisita caridad, sobre todo en el trato con los demás, con quienes era servicial en grado sumo, sin excepción ni matices de ninguna clase; nos admiraba especial– mente su fina y habilidosisima caridad para enjuic1ar a otros, aun en el caso en que se trataba de comentar sus defectos. Siempre tenía la palabra oportuna para disimularlos si podía, y para atenuarlos en todo caso. Por haber teni.do gran confianza con él, pude observar en nuestra intimidad hasta qué punto era delicada su conciencia, causándome siempre gran admiración, y creyendo por esto que muy robustas eran sus virtudes teologales cuando le alzaban a tales al– turas... Siempre recuerdo al padre Fernando sereno, ecuánime, hasta el extremo de que hubiera podido parecer indiferente y apático. Has– ta tal punto era discreto, ponderado y prudente. Nunca le creí capaz de cometer un atropello ... R-ecuerdo también con .edificación su austeridad y humildad profunda. En cuanto a la pnmera de estas dos virtudes. quiero hacer constar que, aunque nadie se hubiera ex– trañado de verle pedir mitigaciones, por la tuberculosis que padeció, nunca lo hizo. Y siempre le veíamos fidelísimo en este punto: des– calzo aún en invierno, con hábito pobrísimo, siendo él de una fa– milia acomodada. En cuanto a la segunda virtud de las menciona– das, también recuerdo que siempre le veíamos llanisimo con todos, sin recordar jamás por su propia iniciativa su cuna, que podía des– tacar mucho al lado del origen humilde de casi todos nosotros, má– xime teniendo -en cuenta que cuando entró en la Orden era ya abo– gado ante quien se abría un brillante porvenir. 92

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