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ANUARIO MISIONAL 91 tetras y músicas de los pdíses de occidente! Por ser limitada las atribuciones de nuestro comandante sólo con tres días de anticipa– ción se le comunicaban nuestros cambios de domicilio. Cuando que· ria trazar algún plan para plazo más largo tenia qu~ consultarlo con el respetable consejo presidido por Barrabás. Por el momento me aseguró que, de no ocurrir algo imprevisto, permaneceríamos en Se·ho·tai por lo menos tres dlas. Ya era algo! Capaces éramos de llegar con vida a febrero! La alimentación de los cautivos se redu– cía a un pedazo de morokil por barba, sin leche ni condimento al· guno. Sin despreciar la ración que me tocaba como a los demás cautivos tenia yo participación en la olla que servían a mi ilustre comandante, que naturalmente era selecta y bien surtida. A ella acudía con mi recipiente cucurbitáceo y lo llenaba cuantas veces hacía falta hasta acallar los rumores de mi estómago. Al que por cierto sentaba muy bien aquellos extraordinarios. El régimen rojo parece el más indicado para las personas inapetentes. El dla 5 de enero nevó copiosamente, y los cautivos, después de traer del vecino riachuelo el agua necesaria y de ordenar ias pi· las de la leña tomamos posiciones sobre nuestro kang, calentándo· los previamente. Aquello era en verdad algo delicioso y conforta– ble. No tenía más que un pero: los miles de piojos quP. llevábamos encima, reanimados también con el calorcillo de la habitación nos molestaba un poco. Kelne Rosan ohne Sorgen. Aquel día tristón y nublado oscureció antes de tiempo. Hice un poco de tertulia con mis concautivos, tocandos algunos puntos del catecismo, y comen– tamos lo más saliente de nuestras andanzas, deteniéndonos algo en la muerte de Tu-txia-tsuang. También aqul execramos la con– ducta de Barrabás, contra quien yo, aeternum seruans sub pecto· re uulfws, debla tener algún secreto rencor. Pero la conversación languidecia por momentos; de mis contertulios, unos cabezeal:an, otros bostezaban, algun ensayaban un crescendo desde un reso– plido suave hasta un fortísimo ronquido. Nos dejamos pues, trasns· portar en brazos de Morfeo a la misteriosa y encantadora región de los sueños... Faltaba todavia una hora para la media noche cuan· do nos despertaron fuertes ladridos de perros de Se·o-tai: claro indicio de que se avecinaban gentes extaañas. Los rojos se incor· poran y empuilan las armas. Los guardias de nuestra cueva gritan a los qui se agitan fuera: •Alto! Quién va?-Somos nosotros, res– ponde Barrabás; levantaos y fuera todos•. Con grandísima pereza abandonamos nuestros tibios lechos. Tan bien como estábamos aquí! los centinelas recien venidos de los puestos destacados tuvieron

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