BCCAP000000000000125ELEC

ANUARIO MISIONAL una breve conferencia con nuestro comandante y acto coutinuo nos nos pusimos en marcha río abajo. Había mucha nieve, en la que yo por la condición de mi calzado, resbalaba a cada paso. Noche de– sastrosa y peligrosa, sin una estrella en el cielo. Toda ella fué un continuo subir y bajar por escarpados cerros y profundos barrancos. Milagro de Dios fué que no nos descrismáramos. Mis compañeros de prisión sufrían lo indecible. Los pobres, por su total descocimiento de la higieney por la inmundicia de los lugares que habitábamos, tenían sus cuerpos plagados de malignos ántrax. Y si su traza exte– rior era la de unos Lázaros ambulantes no andaban mucho mejor sus órganos internos. Todas las mailanas se despertaban con los pulmones fuertemente afectados, a causa de su indolencia o pereza para para practicar cualquie ejercicio físico. A pesar de todas sus llagas y dolorosos trastornos tenían que correr por caminos áspe– ros y resbaladizos. Al rayar el dfa estábamos en la encrucijada de Ling-txia·miao. Nuestros jefes tuvieron aqui una sesión secreta, que aunque breve en sí a nosotros nos pareció eterna a causa del frlo que nos penetraba los huesos, Teníamos delante el camino que conduce a San ,'v\iguel de Yu-jumiao, donde yo habla compra– do el ailo pasado un terrenito para erigir una capflla o estación mh sionul; pero abandonando esta dirección tomamos la de occidente. ignorábamos el motivo de la corrida nocturna. Lo que menos se nos ocurría era que en aquellas horas y en a'quellos lugares pudiéramos ser perseguidos por las tropas regulares. Continuamos nuestra fuga o galop infernal hasta que a eso del mediodía, después de correr y correr sin interrupción duraute 13 horas, hicimos alto en las po– sadas de Sang·txia-wan. Teníamos bien ganado aquel descanso del die de Reyes. Allí or decir a alguno~ rojos: cLos soldados extran– jeros (regulares) quedan ya muy atras y desisten de perseguirnos. Ya no hay cuidado: podemos acampar seguros. t::al Hay que darse una buena panzada•. Qué habia ocurrido? 84 - Mi último dia bajo el Dra11:ón Rojo. La alarma de la noche antecedente no podía ser más motiva– da. Los soldados regulares, guiados por el misterioso y astuto bar– quillero a quien vimos días antes en nuestro campo rojo, llegaban a Se-ho·tai, lugar de nuestro reposo, ¡a las once y media de la no– che! Es decir; es decir erraron el golpe por media hora de diferen· cia. El barquillero había logrado desorientar a los rojos, acreditán– dose de habilisimo espía. Pobre de él si Barrabás Je echa de nuevo .

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz