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00 ANUARIO MISIONAL guida te dejamos marchar en paz• ... El barquillero no cayó en el lazo. Parecía seguro de sí mismo y respondió con gran aplomo. Ne· gó terminantemente haber ejercido jamás el espionaje al servicio de ninguno de los bandos. Era tan solo un modesto negociante que se ganaba la vida con su pequerla industria. Nunca habla sido sol· dado, ni agente secreto ni cómplice de ninguna organización mili· tar. Y mdntúvose erre que erre en sus negativas sin ceder ni vaci· lar un punto. El misterioso barquillero representó a maravilla su papel. )Como que en ello le iba ia vida! Los rojos obrando esta vez ·contra todos los usos y costumbres de la comunidad, le permitieron alejar~e de nuestro campo con una facilidad que nos pareció impru– dente aún a los mismos piaotze. Wu·sien·xen se hizo con un buen puilado de barquillos, de los que me tocó no escasa parte. Estaban buenos! 83- Mi última noche bajo el Dra1tón Rojo Mirando estábamos hacia el punto del horizonte por donde des– apareció nuestro inesperado visitante cuando se nos comunicó la orden de trasladarnos unos kilómetros más al Norte, a las cavernas de Se·ho·tal, conocidas ya de nosotros por haber pasado en ellas día y medio. Este lugar me agradaba sobremanera porque reunía dos veatajas muy apreciables para los cautivos: babia allá gran cantidad de leña para hacer faego y se disponía de muchas y espa· ciosas camas de barro con calefacción, de modo que era fácil que nos alcanzara aún a los presos tamaño beneficio. 10jalá sea este el lugar de mi descanso durante todo este mes!, decla yo para mis adentros. A medida que adelantaba el mes de enero el frlo arrecia· ba más y más, y el estado de mi ropa no podía ser más lamentable. No tenla otro pío que llegar al término de aquel fierlsímo mes. En llegando febrerillo el loco... ya serla otra cosa. Barrabás y sus sa· télites, con quienes yo estaba muy enfurruñado desde que hicieron fracasar villana y traidoramente las últimas negociaciones de mi rescate {n. 0 81), andaban lejos de nosotros. El único superior cu– yas órdenes y disposiciones pesaban sobre nuestro gremio era el comandante Wu·sien·xen, el hispanófilo. Casi todo el santo día lo pa:;ábamos haciendo ejercicios prácticos de conversación chino-his– pana e hispano-china. Wu·sien·xen, mi amigo, disclpulo y jefe a la vez, me hacía sentar sobre su kang cubierto de alfombra y canta– ba como un Gayarre la clnternacionah con letra china entreverada de vocablos franceses e in¡?leses que sonaban en su boca con acen– to muy particular. Y qué efecto producirían en los oyentes aquellas

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