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56 ANUARIO MISIONAL dad como Firmeza: Wo sin Tlen Tsu, creo en Dios. Y me sentla dispuesto a seguir las huellas de mi comp11triota Berriotxoa. Me or– denan que predique más la doctrina cristiana por l!rrónea y ridi· cula. Yo les contesto que es santa y divina, y que la predicaré en todas partes. Diálogos de este género y de ~ono tan poco apacible se repetían con frecuencia. 47-Simón Pedro en el atrio de Caifás Durante estas largas noches de invierno mi situación llegó a ser más de una vez muy p¡irecida a la de San Pedro cuando en la noche del Jueves al viernes santo se ser.tó al fuego con los criados de Caifás y estaba calentándose. •Encendido fuego en medio del atrio, y sentándose todos a la redonda, estaba también Pedro entre ellos• (Luces, XXIl-5.5) Qué de impertinencias, bufonadas y choca– rrerías hubo de escuchar de labios de aquella gentuza! Cuántas es– cenas repugnantes y 'desagradables hubo de presenciar! Hasta dón– de puede llegar el libertinaje de gentes que ni temen a Dios ni res· petan a sus semejante.si Este fué exactamente mi caso. Qué se po· diu esperar de aquella compañia de ladrones y asesinos, escarnece– dores de la moral y encenagados en los nefandos vicios que son de suponer en hombres de 15 a 25 años, como eran ellos en su mayor parte? Durante aquellas noches ful testigo de abominaciones de las que el Esplritu Santo no quiere oir ni el nombre. Cuánto menos querré que se describan minuciosamente! Bástele saber al casto lec– tor que todos los demás presos, aun siendo paganos, se mostraban tan horrorizados como yo de lo que oían y velan. 48- Acarreando agua Era natural que los trabajos más penosos y las cargas más pe– sadas de la compañia corrieran por cuenta de los siervos y escla– vos. Nosotros traíamos los maderos de los bosques, la maleza para los kang, y agua de los arroyos. Desde que entramos en Ping-t'ing -tsuang me formé la conciencia de que all! iba a establecerme como en un monasterio con su regla y con su abad. Y me propuse obede– cer a éste ciegamente, prontamente, alegremente .en todo aquello que no fu~ra contrario a la ley de Dios. De lo bien que cumplí mi propósito pueden dar testimonio el teniente Sing Tsao y demás miembros de la Comunidad. Quería yo interpretar los deseos de mis superiores par<1 cumplirlos al instante. Pocos religiosos habrán practicado la santa obediencia con tanta perfección y exactitud co– mo yo durante mi vida comunista. En dicha virtud yo podía pasar

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