BCCAP000000000000125ELEC

A.'iUARJO MJSIOSAI. 13.5 a los pocos días, cayó enfermo con un ataque de pe.rlesía, que le obligó a regresar a su patria. Murió en Murieta el día 14 de febre– ro, de 1856, a sus setenta y cuatro de edad. Padre Guillermo de Ugar Este hombre de Dios nació para sufrir. La contradicción le acompaM a todas partes. En el mes de Septiembre de 1&"4, siendo Vicario del convento de Vera, tuvo que abandonar precipitadamen– te la casa con toda la comunidad y refugiarse en Bertizarana. El general Rodil, al frente de una columm1 de soldados se dirigió ha· cia el Baztán en persecución de la Comunidad de Pamplone, que expulsada de su convento, se refigió en el de Vera. •Tan pronto como supimos que el general Rodil atravesó los puertos-escribe el mismo Padre Ugar-conocimos los religiosos que éramos perdí· dos. No me acuerdo si era el 3 o el 4 de Septiembre, crecieron mis temores. Al dar principio la comida, tocan a rebato la campani– lla de la portería; y unos hombres gritan: ¡Los cristinos, Padre Vicario, los cristinos; vienen a marchas doblesl ¡Sálvense pron– to!.. • Todos los religiosos huyeron, quedándose el P. Guillermo con un donado de Sumbilla. Sumió las sagras hostias, y huyó con el dicho Hermano. A las pocas horns los soldados daban fuego al Convento. En 1839 se internó en Francia. Al salir un día de la catedral de Sayona, fué detenido y encarcelado. Después pasó a Burdeos y a Alenson; finalmente a Bélgica y se agregó a la comunidad del con– vento de Brujas. En mayo de 1842 se embarcó en el puerto de Bur– deos formando parte de la expedición de misioneros para Venezue· la. Llegado a Caracas, cayó gravemente enfermo de disentería. Apena& convaleciente, fué destinado a San Francisco de Tiznados, parroquia cuyos doce mil habitantes vi vlan en pobres caseríos es· parcidos por los campos. El día 11 de Mayo de 1843 llegó al Carl– ben después de once días de navegación por los ríos Apure y Ori– noco saltando a tierra todas las noches para descansar, no sin gra– ve riesgo a causa de los caimants y tigres que alll abundaban. Co· menzó luego la tarea de civilizar y reducir a lol! indios errantes, que era lo que tanto anhelaba. En poco más de dos meses logró re· ducir a cerca de doscientas familias; y tuvo que dedicarse a la cons– trucción de casitas de ramaje, paja y barro y dió principio a la edi· ficación de una modesta capilla. Cinco meses llevaba residiendo y trabajando sirt.descanso en aquel país, y aun el Gobierno de Vene· la no le había enviado ni un céntimo. Nuestro abnegado misionero velase precisado a ir al monte en busca de frutas silvestres para

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz