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296 D. CASTILLO y que, a su vez, constituyen las diferentes formas de religiones his­ tóricas: • primaria (época de religión primaria o nuclear) • secundaria (época de religiones mitológicas o secundarias, tribales, bárbaras) • terciaria (época metafísica y crítica) (cf. pp. 227-228). Estas tres fases o períodos «cubren los fenómenos que comúnmente se denominan «religiones históricas» (p. 226). El primario se constituiría en las últimas etapas del Musteriense, hasta el Magdaliense. El secundario comprendería el final del Paleolí­ tico, hasta el Brócense. Y el terciario se iniciaría en la Edad de hierro, en la que el hombre se emancipa de los animales (pp. 224-226). Entre estos períodos, Bueno propone, a su vez, otros dos períodos, no pertenecientes a las religiones históricas. Uno inicial —no se puede proceder ex abrupto— , prehistórico, de preparación religiosa, que com­ prendería el Paleolítico inferior y que se define como sin figura his­ tórica aún, llamado por el autor «protorreligioso» o de religión natural (p. 226). Y otro que correspondería a la «religión natural futura» (Ibid.). Una vez superadas las religiones históricas. Por lo que respecta a la religión n a tu r a l Bueno parte de otro con­ cepto distinto al clásico de religión natural. El mismo aclara que la concepción de religión natural «preparada por los filósofos clásicos e incorporada armónicamente por los teólogos escolásticos, culmina en la época moderna» (p. 231). Para él significa el «horizonte necesario para que pueda aparecer como problema el concepto de religión posi­ tiva, que es la religión simpliciter» (p. 232). Corresponde a los hom­ bres cazadores y roedores de animales que no son todavía muninosos ( Ibidem ). El proceso de fasificación, según Bueno, comprendería, en rigor, cinco grandes períodos o etapas macrohistóricas : Protorreligioso - primario - secundario - terciario - posthistórico. ¿Qué juicio le merecen al autor las religiones terciarias? Un texto conciso de su obra lo recoge: «Las religiones terciarias podrán considerarse como dialécticamente verdaderas en tanto culminan en la destrucción de toda religión posi­ tiva, en la iconoclastia y el ateísmo. La iconoclastia y el ateísmo habrán de ser considerados, entonces, paradójicamente, no solo como mutua­ mente equivalentes, sino también como la verdad contenida «ortoge-

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