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326 BERNARDINO DE ARMELLADA II Para acotar el sentido y fijar las perspectivas intervinieron: D. Mu­ ñoz León acerca de los Orígenes bíblicos de la Escatología; A. Diez Macho acerca de la Escatología en el judaismo extra-bíblico-, y A. Fer­ nández acerca de la Escatología en la Iglesia Naciente. Lo que sigue recoge algunas de sus ideas. 1 . La Biblia, que se abre con la narración «sacerdotal» proclamando la bondad de las cosas por su origen divino, continúa con el drama «yawista» del paraíso, síntesis de la existencia humana con sus respon­ sabilidades, tentaciones, fracasos y esperanzas —su estar en la vida y en la muerte— . Al levantar la mirada hacia el futuro de la huma­ nidad, anuncia la victoria de la mujer y su descendencia sobre la ser­ piente. En definitiva, la vida va a triunfar sobre la muerte. Es verdad que en el Pentateuco tanto las promesas hechas a los patriarcas como las amenazas de castigo para la infidelidad a Dios se expresan en categorías de bienes o prosperidad terrenas. Pero este hecho es susceptible de una profundización no deformante desde nuestra pers­ pectiva y, teniendo en cuenta el aspecto corporativo del pueblo y la conexión entre su legislación religioso-social y su bienestar terreno, per­ cibir implícitos en su profesión de fe en el «Dios vivo» y señor de la historia los gérmenes —antimaterialistas y no carnales— que encon­ trarán su desarrollo más claro en Daniel y en el NT. Seguirá siendo un enigma —a pesar de las explicaciones parciales— la lentitud divina en la revelación del futuro escatológico del hombre. No se puede, sin embargo, dejar de admirar el rasgo de grandeza que implica en el hombre del AT el ver en Dios al dueño supremo de la vida y de la muerte a quien incondicionalmente hay que servir. Los profetas intuirán la futura intervención divina para juzgar y salvar estableciendo definitivamente su Reino. Y los libros sapienciales mos­ trarán un desarrollo claro hacia la solución ultraterrena del destino del hombre (salmos 16 , 49 , 73 ), proponiéndose en el libro de la Sabiduría la doctrina inconfundible de la inmortalidad del alma. El NT lleva en su mensaje central una dimensión escatológica: ma­ nifestación a los hombres de la Vida eterna que estaba cabe Dios. Cristo es el sujeto del acontecimiento escatológico definitivo: en su persona, en su actuación, en su muerte, en su resurrección. Con El se instaura el Reino imperecedero de Dios, de la Vida, del Espíritu. Aunque la proclamación sobre la llegada del Reino informa acerca de una doble

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