BCPAM00R16-4-35000000000

por terminada la jornada, de descansar para reanudar la marcha al día siguiente, pero mis guías no quieren saber nada de eso. Peigo, impa– ciente, opta por adelantarse hacia la Compañía, quedándome con Ara– ba y Nampahuoe, que nos ha dado alcance a medio camino. El resto de la senda es para mí un verdadero calvario. Mis dos expertos guías Huaorani se convierten en incondicionales cirineos de mi peregrina– ción. Nampahuoe se ha hecho cargo de mi shigra; me quitan las botas para que pueda pasar sin caerme en los puentes improvisados sobre los ríos; o me dan la mano; o me alargan un palo. Cristo hace resaltar mi debilidad para que brille más la fortaleza de su actuar en ellos. Un encuentro en plena selva. No debían faltar muchos kilómetros cuando Nampahuoe decidió adelantarse también. Mi joven cirineo Araba estaba cada vez más in– condicional, visiblemente emocionado por mi situación. Se multiplicó ingeniándose para hacerme cruzar el río Cahuimeno, de unos 15 me– tros de anchura, por una conexión hecha sobre dos árboles caídos en el río. Al poco tiempo sonó a nuestras espaldas: - Amigo, amigo... Pensé que empezaba a delirar, pero era realidad: Allí apareció la si– lueta delgada y ágil del "Basa jaun" José Miguel, acompañado del ca– tequista de Pompeya, Mariano Grefa y guiados por mi padre Inihua. Habían aterrizado en las casas Aucas pero, al no hallarme, decidieron seguirnos por la selva. José Miguel me expone su proyecto de bajar por el río y me entre– ga una carta, impregnada en sudor, de mi sobrina María Dolores. En medio de la alegría del encuentro, nos hallamos perplejos, sin saber qué partido tomar, sobre todo por mi estado de agotamiento. Hemos llegado a una trocha abierta por la Compañía; los guías afirman que estamos cerca. ¿Cuánto será cerca? Puede que sean cinco kilómetros; pero animado por el encuentro voy caminando, aunque con gran difi– cultad. José Miguel, Mariano e lnfüua se adelantan, porque el sol está llegando al cenit y quieren regresar de nuevo al bohío de partida. No hay tiempo que perder. Son sólo unas tres lomas; la última muy pro– nunciada. Me repiten los calambres y náuseas y me siento a descansar, pero mi paciente hermano Araba, al ver que tardo demasiado baja, me habla animándome y hace que yo apoye mi mano sobre sus espaldas 53

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz