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Al finalizar el baño, me dicen que limpie mi salacot, manchado por el sudor y los golpes de las ramas del camino; después se les antoja, empezando por Deta, que les bañe a todos echando el agua en sus ca– bezas con el casco. Así, bien refrescados, emprendemos el último tra– mo de este viaje encantador. Las primeras horas de la tarde las pasamos esperando la llegada del helicóptero, pero éste no llegó. Esto nos presentó grandes interro– gantes: ¿Qué hacer ahora? Habíamos venido sin nada para volvernos así de nuevo a la casa. A estas horas yo me veía absolutamente incapaz de ello, por el cansancio y por mi pierna resentida; además, si hoy no Llegó Lo hará mañana a primera hora. Así pues nos dirigimos a las ca– sas abandonadas de lnihua y Cai, descritas anteriormente. Les sugerí que ellos se volvieran a sus casas y yo pasaría la noche solo, esperan– do que a la mañana siguiente viniera el helicóptero. Pero ellos desecha– ron esa idea y quedaron todos conmigo, excepto Huimana, que tenia la casa más cercana y a quien le encomendaron que volviera al día si– guiente trayendo el fuego, porque tampoco teníamos cómo encender– lo. Decidido a dormir en esa casa, me dedico a limpiarla. Deta me va contando cómo en esa hamaca su madre contrajo Ja enfermedad; me lleva a la otra casa y me dice que allí, primero mi madre Pahua y mi padre Inihua contrajeron la misma enfermedad y luego también Ara– ba. Observo que tienen mucho miedo a dormir en la casa porque la en– fermedad "es una persona hostil que se ha apoderado de ella". Uno tras otro me preguntan: - ¿Está la enfermedad? ¿Se ha ido? Yo les digo que la enfermedad no está en la casa; me esfuerzo en indicarles que la enfermedad es transmitida por un mosquito, pero ex– perimento que no me doy a entender suficientemente. ¡Qué terrible li– mitación! Oscurece, y por fin se deciden a entrar en la casa. No sé de dónde Deta sacó una hamaca; a mí me cedieron la otra, de las cogidas a la Compañía y que habían dejado en la casa abandonada; los demás se acomodaron sobre las tablas de chonta. No tuvimos cena ni fuego ni con qué cobijamos. ¡El Señor me dio el gozo de aproximarme más ha– cia una realidad de este privilegiado pueblo Huaorani! Miércoles, día 21 de febrero de 1979. Hacia las 9 llega Huimana trayéndonos fósforos para encender el fuego. 120

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