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que se consideraban rechazadas por la sociedad, pudieron comprobar que no todo el mundo era igual, que había manos que buscaban las suyas para estrecharlas con cariño, para ayudarles a levantarse; manos que no oprimen, que son portado– ras de mensaje de paz. Mas como no s iempre la miseria aparece al exterior y frecuentemente se oculta bajo el lecho del enfermo que carece de todo, o del padre de fam.ilia que no encuentra trabajo, o del pobre vergonzante que no se resigna a implorar la caridad públ i– ca pidiendo un poco de pan de puer– ta en puerta, se procuró acudir al remedio de estas necesidades visi– tando a las famil ias en su propio ambiente, con el fin de prodigarles, juntamente con el socorro material, la ayuda espiritual de la buena pa– labra, que conforta y anima. Con e) fin de atender al remedio de estas necesidades, se estableció un gran depósito o almacén de cuantas cosas pudieran ser de algu– na utilidad a los necesitados: ropas nuevas o usadas, calzado, mantas, sábanas, camas, colehones, muebles de cocina, s illas, mesas, puertas, ventanas, tejas, ladrillos, uralito, etcétera . Gracias a, los llamamientos he– chos por Radio España, Madrid se volcó con sus "cosas" para los su– burbios, haciendo generosa entrega para los .mismos de algo que les sobraba. b) Dispensario y consultorio mé· dico. Dos razones nos movieron a la creación de esta obra benéfico- social : el ser el barrio de Las Caro– li nas el centro de apostolado de otros barrios suburbanos de Ma– d rid y el de concurrir al mismo gentes de varias partes. Mi llamamiento por Radio Ma– drid pidiendo medicinas y solicitan– do la ayuda de médicos y enferme– ras tuvo un feliz éxüo. Camiones enteros eran remitidos de medica– mentos de toda especie y para toda clase de enfermedades. No había día alguno en que no llegaran, o bien a) convento de. Jesús o al ba– rrio de Las Carolinas, varios pa– quetes de específicos. Y tantos y tantos eran que nos vimos precisa– dos a hacer un llamamiento de su~ pensión basta nuevo aviso. Las enfermeras se vieron y desea– ron para clasificar y poner en orden tantos y tan variados medicarnentos como se amontonaban en el alma– cén y dispensario, y los médicos se volvían locos para dar con la me– dicina que deseaban en medio de aquel maremagnum de medicinas. T res veces por semana se estable– ció ua consulta tnédica para todo enfermo que se presentara. A nin– g uno se le preguntaba de qué ba– rrio procedía ni a qué partido había pertenecido o pertenecía, ni qué ideas rel.igiosas o poHticas profesa– ba. E ra un enfermo y esto bastaba. Cuando el enfermo requería un tratamiento especial o un más dete– nido e:xamen clínico, los mismos médicos del dispensario lo recomen– daban a algún especialista o bien se interesaban por su ingreso en el hospital. Las medicinas, de cualquier clase 35

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