BCCCAP00000000000000000000159

5 5 son grandes, pero cuando sienten al jinete sobre sus espaldas, parecen rayos, el ca­ mino lo cortan perfectamente a galope tendido, y resisten largo tiempo. Pues de este modo se presentaron los Misioneros con sus 40 compañeros en el Oratorio de San Francisco de Paula, donde debía tener lugar la Misión. Esta, aunque no tan numerosa como las anteriores, por ser menor el número de habitantes, dio sin embargo resulta­ dos muy satisfactorios: serían poco menos de mil los campesinos que se llegaron a la Mesa eucarística. Durante estos días tuvimos que salir los PP. a administrar el Sacramento de la penitencia a algunos enfermos. Recuerdo que la primera vez que yo salí, desde luego montado en un fogoso caballo; se me hacía largo el camino, yo todo era preguntarle al guaso que me servía de guía: "¿cuándo llegamos?"; a lo que el pica­ rón siempre me contestaba: "llegamos ya, Padrecito, un poiquito mais"; pero el poi- quito se alargaba, y tanto que galopando casi de continuo anduvimos 15 leguas; esto en ayunas y para confesar a la vieja de 90 años, que a mi parecer estaba choca. Con lo que podrá comprender cuán penoso es en ésta el servicio parroquial y cuán difícil puede el Sr. Cura atender bien a todas las necesidades espirituales de sus feligreses. Terminado el tiempo fijado a esta Misión, después de una tierna despedida con el caballero que nos hospedó, al cual quedamos altamente agradecidos por sus innu­ merables obsequios que retribuimos haciéndole hijo del Seráfico Francisco conce­ diéndole el cordón del Terciario, salimos para Pelasco acompañados de 30 guasos. La jornada que debíamos hacer era de 20 lenguas y todo a caballo. Mas cuando llegamos como a la mitad del camino, nos compadecimos de aquellos pobres aldeanos, y así que les dimos a todos las gracias, suplicándoles se volvieran a sus casas, quedando sólo con nosotros uno que nos sirviese de guía. Todos obedecieron, se hincaron al momento pidiendo nuestra bendición, la que les dimos juntamente con estampas y medallas; se separaron por fin de nosotros llorando amargamente. Pobrecitos, guasos, cuánto les amamos; se hacen dignos de ser amados. Al llegar a Pelasco el pueblecito ya esperaba. A nuestra llegada tan sólo se oían las voces que, llenos de alegría y entusiasmo, repetían aquellos sencillos moradores; "ya están aquí los Pairecitos -decían- ya, sí, ya". Pasábamos por las calles y nos arroja­ ban flores; pasábamos por delante de sus casas y ya nos seguían y acompañaban; no nos dejaban. Amado P., en semejantes escenas, ¿quién puede contener las lágrimas?; nadie; nosotros las derramábamos en abundancia. El recibimiento de aquel dignísimo Párroco correspondió perfectamente al entusiasmo del pueblo. Y nosotros, después de visitar a nuestro buen Jesús Sacramentado, y dar gracias a nuestra Madre querida, nos retiramos a tomar algún alimento y descansar; pues, por cierto, que bien lo nece­ sitábamos después de recorrer 20 leguas sobre costillas ajenas. Al día siguiente de nuestra llegada principió la Misión. Sobre este pueblo de­ rramó Dios sus gracias sin cuento; pues fueron cerca de 4.000 los que recobraron la paz de su conciencia. Fue tal el bien que recibieron aquellas pobrecitas almas, que para expresarlo no tiene palabras la lengua. ¡Bendito sea el Dios de las misericordias y de toda consolación! Pero todavía más; dos días antes de terminar los ejercicios, mani­ festó nuestro buen P. Vicente deseos de hacer una procesión por el pueblo; éste se­ cundó sus deseos y se animó en gran manera. Adornaron sus calles con 30 arcos lindí­ simos de yerbas y flores con bonitas banderas; colorados farolillos; graciosos adornos de papel y cubriendo el suelo de enramadas y flores. ¡Oh, qué entusiasmo reinó en acto tan consolador! El último día recorrían las calles de tan venturoso pueblo 4.000 almas llenas del espíritu de Dios; y con luces encendidas la mayoría, cantaban todos al Corazón de Jesús y a su Madre bendita entusiastas y piadosos cantos que de ante­ mano aprendieron. El pueblo se admiraba de sí mismo, parecía no poder contener en su pecho la alegría que sentía; testigo de ello , su admirable semblante.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz