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Los Capuchinos en la Peninsula Ibérica trícula de predicadores era muy numerosa, sobre todo para la predicación de misiones; era ministerio de religiosos muy do­ tados, preparados y de gran espíritu. Y tales formaban parejas no muy numerosas en cada provincia. Buena parte de reli­ giosos sacerdotes eran “ padres simples” que atendían al culto de la iglesia, sin intervenciones oratorias desde grandes pul­ pitos. Además, se tiene la impresión de que el pueblo cristiano no era muy exigente con el fondo doctrinal de dicha casta a lo largo y ancho de la península; por supuesto que no sólo no se dieron cuenta del fenómeno de la ilustración y del mundo nuevo que preconizaba, sino que se refugiaron en la rutina tradicional y fuertemente vigilada frente al siglo de las luces. Se podría pensar que vivían descolgados del avance cultural y que supieron en ocasiones lanzarle anatemas, pero no inyectar­ le savia cristiana. 906. Así, resulta fácil encontrar en la predicación temas de ascética, de vida espiritual, ejercicio de virtudes cristianas, pero no tanto aspectos sociales netos. Pedro Cardona ha analizado la predicación capuchina en Cataluña en el siglos XVIII y XIX. Abundan los temas sobre el pecado, la penitencia, los novísimos, la eucaristía y la vida cristiana. Salta por fin un te­ ma social: la relación de amos y criados, que debía ser paralela a 1 a de padres e hijos, a la de superiores e inferiores a base de una comunicación recíproca, justa y equitativa. Puede ser que los amos no mirasen más que a su interés personal, pero los criados eran culpables por orgullo. Un predicador denuncia a los amos injustos, añadiendo: “ Pero no puedo creer que de estos amos tan fieros y crueles no haya muchos en el cristia­ nismo y menos entre vosotros” . Los criados podían ser despe­ didos por motivo de escándalo, entendiendo por tal que los criados hablasen con las hijas o con las mujeres de casa, y las sirvientas con los criados. 907. Hemos visto un antiguo estudio sobre el influjo del apostolado del beato Diego José de Cádiz en el orden político- moral de su época. Quien leyere al beato Diego desde esa óp­ tica lo catalogaría con facilidad como el primer reaccionario 440

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