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Acción Social había aceptado la solución de considerar los conventos como propiedad de la sede apostólica. Los capuchinos pensaron en una solución más veraz y mucho más heroica: usarlos bajo la dependencia no nominal, sino real de los dueños o de los ayun­ tamientos; debían aceptarse siempre con la condición de po­ der abandonarlos cuando les conviniere. Los frailes tendrían un inventario con todas las cosas de valor prestadas por los dueños para el simple uso de los mismos. Dentro de la octava de san Francisco se presentarían al dueño para agradecerle la prestación y suplicarle que les concediese usarla durante otro año. Estas experiencias iniciales eran heroicas; por eso, a la larga resultaron inviables. Fue necesario recurrir a formas más conocidas en la Orden; así, a las personas llamadas síndicos, que se hiciesen cargo de la administración. De nuevo el carisma se hacía insostenible, ejemplo vivo del vino y la sal que se des­ virtúan a la intemperie. Todo se iniciaba en las reformas fran­ ciscanas con el mayor idealismo, sin concesión a la vulgaridad cotidiana; pero cuando la fraternidad comenzaba de verdad la vida real, en común, en trabajo y en servicio a los demás, se imponía la evolución de los conventos, como plataformas para la vida. 1.—Elementos del convento capuchino 885. El entorno del primer cenobio capuchino se mantuvo en tal nivel de minimación que no necesita una descripción más detallada; además tendríamos que servirnos casi en exclusiva de ciertas fuentes narrativas, que deben ser leídas con circunspección. Nos aproximaremos al convento evolucionado, que adquirió rasgos inconfundibles y respondió a una idea ini­ cial y a un prototipo que se fue repitiendo, salvados los deta­ lles de las diversas regiones y culturas, en toda la península. No carece de interés analizar los elementos sustanciales. Se ha es­ crito que a partir del capítulo general de 1605 la orden capu­ china cambió de piel, frenando las fundaciones y consolidando las existentes. En concreto, en Cataluña, el Padre Dámaso de Castellar, aunque aceptó nuevas fundaciones, tuvo la preocupa­ ción de desmontar las casas-eremitorio para transformarlas en 431

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