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Los Capuchinos en la Península Ibérica a aquel simulacro de convento estaba el bosque, lugar impres­ cindible de la primitiva ecología capuchina y que cumplía fun­ ciones vitales para aquella forma de vida. El bosque era embru­ jo y reclamo de la naturaleza. En él, lo mismo se construían celdillas de ramas para la oración personal y la contemplación, que se hacía leña para el fogón del convento. Aunque llegó un momento en que el bosque tuvo que poner sordina a su recla­ mo a fin de que los frailes organizasen mejor la vida común en el cenobio. La segunda generación capuchina tuvo que sacrifi­ car a principio del siglo XVII el tugurio, la celdilla del bosque, la oración en soledad y la itinerancia por otras realidades más estables y comunitarias: el convento sólido y bien trazado, con sus lugares de culto y de oración, con sus celdas de trabajo y de estancia, con sus oficinas de trabajo y sus lugares de convi­ vencia. El bosque persistió, pero sólo como estímulo para el si­ lencio y como rito de exorcismo contra el ruido del mundo. En la primera etapa del convento capuchino, entró en juego un binomio no siempre conciliado con facilidad: separación de la población y presencia en medio del pueblo. Desde otro ángulo, el convento capuchino, fuese tugurio, fuese un in­ mueble más evolucionado, aspiró a ser testimonio de pobreza y de recogimiento para aquella sociedad pobre y sacralizada, que sabía leer estos signos; por contraste, se convirtió en testimo­ nio de sencillez entre aquellos recintos dominados por torres solemnes y saturados de casas religiosas, tanto masculinas co­ mo femeninas. 884. No se puede señalar fecha al cambio en el habitat ca­ puchino; pero no nos alejaremos mucho de la verdad si pensa­ mos que fue a raíz de la visita del santo general Lorenzo de Brindis (1602 -1605 ) cuando se pasó del tugurio al convento, a fin de fortalecer la vida común, la observancia regular y el trabajo planificado. Debió resultar un adiós sensible a la vida ermitaña, a la itinerancia y a la espontaneidad pastoral. La fra­ ternidad no renunciaría a las fuentes iniciales de inspiración, por ejemplo, a la imitación de san Francisco, ni a dar primacía a la contemplación. Se mantendrían fieles a Dama Pobreza, en­ tendida como abdicación y liberación. La orden franciscana 430

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