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Los Capuchinos en laPenínsula Ibérica rigor caritativo, haciéndose amar más que temer, que así obraránmás sus persuasiones. Debe considerarlos unos seglares que, de repente, han pasado de un extremo a otro... y que es necesario con suavidad irlos imponiendo en los rigores y asperezas de la Religión, expeliendo primero de ellos las costumbres del siglo... Son los jóvenes como la cera, donde con facilidad se imprime cualquier efigie... Procure descubrir y conocer sus naturales inclinaciones... Deles confianza para que le manifiesten sus necesidades espirituales y corporales, y procure remediarlas con caridad. Si' reconociere que alguno está triste, llámelo a su celda y examínelo de la causa o motivo que le aflige, consuélelo...”. El maestro tenía diariamente una plática espiritual para to­ dos los novicios, coristas y hermanos, de ordinario después de la cena. Los primeros eran instruidos, con ayuda de un corista profeso, en el ceremonial, especialmente en el Oficio divino, y los legos en los varios oficios bajo la dirección de un hermano profeso. 272. En el paso progresivo de la vida seglar a la vida regu­ lar jugaba un papel importante el ejercicio sistemático de prác­ ticas de mortificación y de humillación. Decía el Ceremonial de Valencia: “La probación de los novicios durante el año del noviciado se ha de hacer por las comunes y acostumbradas asperezas de la Orden, disponiéndolo de suerte que pasen por todas, desengañándolos de que no han de ser para sólo aquel año, sí para toda la vida. Examinen y prueben si tienen virtud para llevarlas. Los han de probar también por medio de la corrección en los capítulos de culpas y, fuera de ellos, cuando sus faltas lo requieren, reprendiéndolos e imponiéndo­ les algunas penitencias, y mortificándolos, para que quebranten su propia voluntad. Para la probación necesita el P. Maestro de gran prudencia... Tiene doce meses para probarlos: en los cuatro primeros lleve la mano blanda, en los otros cuatro puede soltarla más, y alos últimos cuatro, si hay verdadero espíritu, nada hay que no sufran... Las penitencias que les diere no han de ser ridiculas ni impertinentes” (hace una prolija enumeración de las que se usa imponerles). 164

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