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I 1* CEN TEN ARIO DE LA RESTAURACIÓN DE LA PROV IN C IA CA PU CH IN A DE AN D ALU C ÍA ( 1 8 9 8 - 1 9 9 9 ) El Correo de Andalucía, de Sevilla ante su muerte dijo de él: “Su muerte ha sido sentidísima por ser el Padre Marcelo, no solamente un hom­ bre de ciencia sino un verdadero santo”. La Defensa, de Málaga, escribió: “La prudencia y sabiduría del Padre Marcelo de Campillos eran de todos conocidas, pero mucho más sus excelentes virtudes que han edificado a cuantos lo trataron. Observan- tísimo de sus reglas y constituciones, amante de la oración y del reco­ gimiento, humilde hasta ejercer los oficios más bajos del convento, austero para sí y bondadoso para los demás, trabajador incansable que pasaba las noches en vela, dado a la oración y al estudio, pobre como el más grande de la tierra, pues nunca tuvo más de un hábito, y éste viejo y remendado y los pobres enseres de una celda de capuchino; he aquí un bosquejo de la vida del Padre Marcelo, más grande por sus virtudes que por su ciencia y que, en opinión de todos los que lo conocieron, ha muerto en olor de santidad”. Otros diarios como La Gaceta del Sur, de Granada, o La voz de Sanlúcar también dieron la noticia de su muerte con comentarios elogiosos sobre la santidad de su vida. El Adalid Seráfico, del que fue Director y colaborador incansable escri­ bió a su muerte: “Sencillo e inocente como un niño, austero como un anacoreta, ca­ ritativo como un santo, pobre hasta causarnos espanto con su pobre­ za, mortificado hasta no saber cuidar de sí mismo, observante hasta ser el modelo y el ejemplo de lodos, el P. Marcelo era uno de esos hombres, de los que se podía decir que el mundo no era digno de ellos. Dios solamente sabe, y a nosotros nos toca adorar sus juicios, por qué lo ha sacado de esta vida, cuando la Orden más se miraba en él y cuando apenas contaba poco más de treinta años”. Pero donde se revela la grandeza de su corazón es, tal vez, en estos propósitos que nos dejó escritos:

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