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P. JOSÉ DE BOLEA En la provincia de Aragón se conservó durante mucho tiempo en bendición, la memoria y recuerdo del P. José de Bolea, amado de Dios y de los hombres, aventajado en la observancia regular y adornado de todas las virtudes evangé­ licas, tales como la mansedumbre, la caridad, la humildad y todas las demás que nos enseñó Jesucristo con su ejemplo y palabra, las cuales copió en sí con tal perfección, que no pa­ recía sino un modelo y dechado expuesto a la vista de loa mortales, par'a que admirasen en él las virtudes cristianas y un varón verdaderamente franciscano y seráfico. Para apartar el ánimo de las delicadezas y halagos de la carne, ejercitábase en la mortificación corporal tan necesaria al que anhela el aprovechamiento espiritual. No se contenta­ ba con las llagelaciones y disciplinas que se hacen por ley en­ tre nosotros en determinados días de la semana, sino que las practicaba todos los días, castigando con tormento diario a este enemigo doméstico que diariamente nos hace cruda guerra. Ni se sentía satisfecho con hacer la ¿disciplina del modo ordi­ nario, sino que había de ser hasta producirse heridas y llagas y derramar sangre, azotando su cuerpo como quien azotase un ser insensible, una madera o una piedra y terminaba este dolo­ roso tormento cuando le llegaban a faltar las fuerzas para se­ guir disciplinándose. A esto añadía también otras muchas pe­ nitencias y austeridades corporales. Hallábase unida a esta austeridad de vida una gran po­ breza, virtud altamente impresa en su corazón, como verda­ dero hijo de San Francisco y compañera inseparable de la penitencia. No había ninguno más pobre que él, pues por se­ guir a Cristo con más ligereza y facilidad, no sólo estaba con­ 193 — 13

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