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valerse de ellas según todo lo que la licencia del maestro y ocupaciones de la Comunidad se lo permitían. Como había sido en el siglo sujeto de tanta autoridad y¡ podía ésta haber engendrado en su ánimo alguna especie de elación, cuidaban mucho así el Guardián como el maestro de mortificarle y humillarle en todas las cosas; pero a este celo de los Prelados parecía hacer competencia el fervoroso alien­ to del siervo de Dios y ya cuando novicio, ya después de pro­ feso era centro en donde paraban (pretendiéndolo así su soli­ citad). los ministerios más humildes d‘; la familia de que no sin grande violencia permitía que tuviesen parte los demás religiosos jóvenes. Era toda su ansia reparar las quiebras, que se le presentaban de la vida seglar. Y para este fin, como otr'o San Antonio en el yermo, de cada uno de los religiosos que veía más atentos al aprovechamiento espiritual, se había señalado la imitación en alguna especial virtud y solícita abe­ ja, libando llor'es varias, ibt< fabricando el más sabroso y más escogido panal, de cuya dulzura participaba en los retiros de la oración, no quedaba ajeno su espíritu a quien daba Dios a gustar singulares consolaciones y a que correspondía Fray Pedro solicitando con incansable aliento nuevas ocasio­ nes de servir, de agradar y de merecer las divinas misericor- días que iba cada día experimentando más abundantes. Al paso pues, que crecía en años, se iba adelantando en virtudes, que con el esmalte de sus grandes letras, muy luego le representaron digno de ocupar los mayores puestos para, el gobierno de su provincia y aún de toda la Religión; y así fué llamado al Provincialato con universal aceptación de to­ dos los que con ingenuo y desapasionado conocimiento, de­ seaban los progresos del bien común. Mucho afligió a Fray Pedro esta pretensión de los Prelados, pues sobre tenerse por el menos idóneo para empleo tan superior, apetecía la quie­ tud de la celda y el retiro de criaturas como medio más pro­ porcionado para su espiritual aprovechamiento. Resistióse con cuanto esfuerzo le fué posible, alegó en defensa de su dicta­ men todas las razones que;ocurrían a su humildad, pero to­ das en vez de apagar el conato de la provincia, le encendían - 105 —

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