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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS mos y enviarlos a nuestro convento de Aguilar. El P. Al– berto aceptó gustoso el compromiso y él mismo buscó un camión para llevar todo lo necesario. Los religiosos seña– lados eran el P. Isaac de Azpeitia, el P. Pedro de Muniain, el P. Ladislao de Busturia y el anciano Fr. Santiago de Zandio. Determinamos dar una buena cantidad de dinero al P. Ladislao de Busturia, nombrándole ecónomo de la casa, encargándole que comprara todo lo necesario para los re– ligiosos destinados a ella, y también tener todo preparado, por si acaso iban al mismo sitio los religiosos de las parro– quias de Manila, si así lo aconsejaban las circunstancias. Volví a San Miguel, pero después, en vez de mandar a Pangasinán al P. Ladislao, sin saber por qué, enviaron en su lugar al P. Román de Vera. A los dos meses (septiembre 21) volaron por primera vez sobre Filipinas los poderosos aeroplanos del general Mac Arthur. En octubre sometieron a la ciudad de Manila (puerto, depósitos de municiones, campos de aviación) a un bombardeo devastador que des– concertó por completo al ejército japonés. Aquel fue el "Ma– ne, Tezel, Fares" del Japón en Filipinas. Hubo después mucha confusión sobre la declaración de Manila como ciu– dad abierta. Continuaron los bombardeos; el precio de los alimentos era fantástico. Cientos de personas morían de hambre en Manila ; las comunicaciones para provincias se hicieron casi imposibles. Grandes caravanas de gente pobre (las caravanas del hambre) llenaban las carreteras y caminos huyendo de Ma– nil. Muchos morían durante el viaje. Los japoneses prometieron solemnemente que defende– rían a la población (residentes de Manila). La situación se hacía cada vez más tensa y más crítica. Los americanos ha– bían desembacado ya en Lingayén (g de enero de 1945) y 329

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