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CAPITULO XI Vuelve a nosotros esos tus ojos. Apurada, por demás, era la situación del P. Morentin después del fracaso de Sorsogón, Peña-Francía y Siquijor que acabamos de exponer. El Iltmo. Sr. Delegado Apostó– lico, el amigo noble y fiel, que tanto había animado al P. Morentin en los momentos difíciles, había desaparecido de la escena, muriendo de repente. Por otra parte una expedición de rz misioneros estaba en alta mar camino de Manila. ¿Qué iba a hacer con tanto personal en un convento tan reducido ... y con la bolsa no muy sobrante? Y ¿qué diría el P. Lievaneras y aún los mismos religiosos de la misión de Filipinas ? ¿Dónde iban a trabajar? En tan angustiosa situación apareció ante su vista, como visión de paz y de esperanza la figura amable y bondadosa del Iltmo. Sr. Arpobispo de Manila, el hombre de buen co– razón, dispuesto siempre a hacer el bien y del que se podría decir que al venir a este mundo "sortitus est animam bo– nam". A él se dirigió el P. Morentin por medio de la siguiente carta que retrata muy al vivo su situación angustiosa. 119

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