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que sí era apta, empezando al punto las angustias de conciencia por haber sido culpable del pecado que juzgaba habían cometido los soldados asistentes. En otra ocasión se había organizado un baile al que debían asistir los soldados, y, por consigutente, fray Saturnino. Fué para él no pequeña prueba la sola. noticia, ya que temía por su vocación y, sobre todo, por la virtud ang.élica que con tanto esmero cultivó siem– pre en su corazón. Pudo arreglárselas con el capitán de la compa– ñia para no asistir, librándose de aquel peligroso y mortificante divertimlento. Fray Saturnino fué creciendo, viviendo ya la vida capuchina en toda su integridad, en todas las virtudes, pero especialmente en el amor a Jesús, a su Madrecita la Virgen Inmaculada y muy singular– mente en la pureza. En el siglo habla hecho voto temporal de esta vir– tud y lo había rubricado con su propia .sangre. Durante el afio de pro– bacjón lo volvió a repetir por seis meses, con permiso del padre maes– tro y en compañía de otro novicio como él. Es por demás edificant-e la fórmula empleada en dicha promesa; por eso la traslado a estas páginas, advirtiendo que dicha fórmula fué la misma cambiando sólo el nombre, cuando hizo el voto vivi·endo en el siglo y en la casa del Señor. Dice así: «Yo, Emilio Serrano Lizarralde, indigní– simo hijo vuestro (de la Virgen María), deseando imitaros en la virtud angelical de la pureza, ayudado de la gracia divina y de vues– tra protecc1ón especial, hago voto de castidad temporal, desde hoy 30 de abril hasta la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, para lo que os pido, Madre mía, me cubráis bajo vuestro manto, para que así me halle fortalecido para luchar contra los enemigos del alma. Madre: si algún día fuese infiel a esta promesa, dadme fuerza para abandonar el camino del mal y seguir en pos de Vos hasta la muer– te. Así sea. Y como prueba de la veracidad de mis palabras, lo firmo y rubrico con mi sangre.>> Tengo ante la vista el original de esta consag.ración, y se ve perfectamente la firma y la rúbrica hechas con su propia sangre. Brindo a los lectores algunos testimonios de relig1osos que con– vivieron con fray Saturnino de Bilbao, los cuales testimonios ha– blan muy alto sobre las virtudes del siervo de Dios. «En el tiempo que conviví con él en El Pardo, en donde desem– peñaba el oficio de portero, siempre le vi alegre y risueño, pero con una alegria que brotaba de su vida espiritual intensa. Era servicial, amable con todos, con los religiosos y con cuantos acudían a la portería del convento. Se notaba en su porte y en su trato sencillo, sin doblez, su afán constante de vivir en la presencia de Dios y de referirlo todo a su divino servicio. Su castidad resplandecía en su 376

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