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pero al ver el entusiasmo de nuestro director, Serrano, y el cuidado que procurábamos poner en la práctica de las lecciones, nos hubieran perdonado. «Era un temperamento ardiente con la idea de darse todo a Dios y a las almas desde entonces y para siempre. A ello unía la vida austera y la mortificación. «Un día de verano fué la Congregación de excursión eucarística a Amurrio. Después de haber oído misa y comulgado, tomamos nues– tro desayuno y fuimos a entretenernos la mañana a orillas del río. ¡Tentación vehemente! Los muchachos del pueblo nos ofrecían una especie de balsas de ramas y hierbas que para su diversión habían fabricado. Serrano no fué el último en aceptar. En su apresuramiento olvidóse del cilicio que llevaba atado a la 'pierna, y que quedó al descubierto cuando alzó el pantalón. Fué un instante. Con toda na– turalidad quitósele y me lo dió, diciendo: <<Toma y calla.» Nadie había observado la operación; sólo veían al Serrano juguetón y alegre, que cruzaba el río de una parte a otra con gran riesgo de bañarsé más de lo que era su deseo.» Por ·su partet también los buenos padres de Emilio han relatad<> hechos muy dignos de tLg.urar en estas páginas. «Desde que tuvo uso de razón se veía en él una gran devoción y acendrada piedad. El amor a María Santísima, su Madrecita, como él la llamaba, no tenía limites, al igual que a Jesús, particularmente en el Santísimo Sacramento del Altar, y a su Corazón Divino. Era para él una dicha regalar estampas de la Inmaculada como las que tenían en la Congregación y opusculitos titulados «Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío». »Su pureza rayaba en lo angelical. Por conservarla huye de los teatros, de los cines, de las lecturas, tan comunes en los jóvenes de su edad; obra y habla con el mayor recato, y estando aún en el mundo llegó a hacer voto <ie castidad por escrito, que firma y rubrica con su propia sangre. A pesar de su carácter fuerte por naturaleza, supo vencerse... Se notaba lo mucho que gozaba cuando podía hacer alg.ún bien a los demás, y sobre todo a los pobres necesitados, y ayu– daba siempre que podía a cualquiera que tuviese alguna necesidad. <<Teniendo a su cuerpo como -enemigo, le martirizaba sin piedad. Bien joven aún ya usaba cilicios, como se pudo ver por huellas aparecidas en sus prendas de vesti.r. Sirviéndose de astucias, uno de sus amigos, joven piadosisimo y de gran virtud, pudo hacerse con uno de esos cilicios, y hablando con nosotros, nos dijo que le guar– daría como recuerdo de un santo. «Hacía una vida muy retirada aún cuando estudiaba su carrera. Apenas tenía un rato de descanso, corría inmedi.atamente a la Con- 366

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