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calles y plazas de Madrid, casi siempr·e acompañado de la sol>rina, durante los meses de exilio. Queremos que la señora Bernarda refiera el comportamiento del tío religioso mientras vivió en este segundo refugio, y que ella relate tantos acto·s de caridad como practicó en aquella temporada de ex– claustración forzosa. <<Durante el tiempo que permaneció con nosotros-dice-, se portó como un verdadero religioso, porque salla poco de casa y lo hacia conmigo. Yo muchas veces me acobardaba por la dureza de aquellos. tiempos, manifestaba mi.s temores de lo que nos pudtera sobrevenir, sobre todo, lo que considerábamos la mayor desgracia; que pudieran quitarnos la vida. Mas él, ·casi siempre invatiablemente, decía: «Que no nos van a hacer nada; no te preocupes que ya nos defenderá nuestro buen Dios.» Era hombre discretísimo, callado, tal vez en demasía, de tal forma que como en otras cosas, también yo tenía que ponerme un poco fuerte con él. Hacía sus devociones todos los: días, y conmigo y mi marido, cuando éste estaba en casa, T<ezaba todas las .noches el santo rosar~o. con tanta devoción que a mí me edificaba. Aparte de esto, muy a menudo, le veía yo con el rosariO' en la mano hasta enfadarme y decir1e : «Muy bien, hombre, para que venga lueg.o cualquier vecina, lo vea con el rosario en la mano y nos comprometa.» »De su caridad, me atrevo casi a decir, si esto pudiera decirse, que tenía más de lo justo. Muchas veces llegaba yo a enfadarme porque daba las cosas de comer a los niños de la vecindad, conten– tándose él muchas veces con sólo pan y agua. Y cuando yo le decía: «Muy bonito, con lo mal que lo paso yo en las colas para que luego– dé usted las cosas a los chiquillos.» El invanablemente me contes– taba: «Mujer, yo puedo pasar con cualquier cosa, mientras que loS' niños necesitan alimentarse mejor.» Cada vez que había que ocul– tarse de los bombardeos, en vez de huir fray Primitivo para ocul– trase rápidamente, como yo misma se lo decía, se iba en busca de una viejecita y del brazo la llevaba al refugio, porque estaba casi ciega. Cerca de nosotros vtvía una niñita de cuatro años, allí refu– giada, llena de miseria, especialmente en la cabeza. Fray Primitivo la lavaba y me mandó comprar en la farmacia un ungüento para la cabeza de la niña, a fin de limpiársela. (Eustaquio González Soto.– Bernarda F. Fontanil.) Cuando el siervo de Dios practicaba sus salidas era muy fre– cuentemente con el fin de afeitar y cortar el cabello a religiosos que estaban escondidos como él en casas particulares, para que no tu– vieran necesidad de ir a barberías,.donde había siempre mucho pe– lig.ro de que pidieran la documentación, y no todos la tenían tan 335

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