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bida en casa éramos piadosos. No faltábamos a la santa misa ni al rosario, que se rezaba toda.s las tardes en la tglesia, y ni mucho me, nos a las fiestas más solemnes que solian celebrarse a lo largo del año. Recuerdo incluso alguna de nuestras travesuras infantties: Estábamos en cierta ocasión pescando ranas en una laguna cena– gosa; yo le di a él un empellón y cayó en medio del cieno movedi– zo, empezando a hundirse el pequeño; asustado entonces y muy emocionado, me gritó: «Sálvame, que me hundo; te lo pido por la Virg.en del Camino, Patrona de nuestra región., Aunque yo era más pequeña que él, le alargué la mano, salvándole del peligro, y conti– nuamos tan amigos. Como en nuestro pueblo no había más que una escuela, y era mixta, los dos asistimos y juntos aprendtmos las pri– meras letras en perfecta armonía y amistad. La juventud de Licinio no ofrece especiales episodios dignos de mención. De carácter muy alegre, un poco sentencioso o refranero y comunicativo, con los otros jóvenes alternaba en las diversiones, por aquellos tiempos bastante honestas en los pueblos de tradición rel!giosa. Su sobrina, doña Bernarda Fernández Fontanil, asegura que era un chico y joven bueno, amante de la familia y ordenado en sus costumbres, sin meterse con nadie y sin llevar jamás ruidos o disgustos a la casa, prueba evidente de que en medio de las alegrías y diversiones juveniles fué discreto, prudente y de recomendables costumbres. (Bernarda F. Fontanil.) Habiendo fallecido su padre y casados la hermana y hermano mayores, corrió por su cuen ta el filial y solíc1to cuidado de su ma– dre, viuda, y como era natural, atribulada. Para que nada la faltara a la buenísima y sufrida autora de sus días, dispuso que la sobrina antes mencionada la acompañara y la atendiera, colocándose él en el pueblo natal en casa de un pudiente labrador, para, con el jornal que ganaba, socorrer las necesidades de la pequeña familia, por– tándose en todo como carifioso, solícito y buen hijo. El joven Licin¡o ha cumplido ya diecinueve años; le toca, por consiguiente, sortear con otros muchachos para el servicio mili– tar. J'ovial como era e hijo de viuda modesta y, por lo mismo, Ubre de vestir el uniforme y de empuñar el máuser, decía gozoso: «Voy por el número uno., Su buena y sencilla madre le replicaba: «No, hijo mio; que te toque buen número, pues no sabemos las dificul– tades que pueden surgir para alegar que tu madre es viuda Y que no tiene más hijos varones solteros que a tb c:Que voy por el número uno,, repetía el mozuelo. Y, efectivamente, le tocó el número uno; pero, alegada la condición de viudez de la madre, quedó Ubre del manejo de las armas, siguiendo los trabajos agrícolas para cuidar de ella y sustentarla decorosamente. :326

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