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Desde luego que el buen hermano debió encontrarse en completo abandono y aislamiento en las calle& de Madrid, para él casi com– pletamente desconocidas, y por eso resolvió encaminarse hacia El Pardo, buscando otro asilo en casa de un amigo suyo a quien había prestado muchos favores, sobre todo regalándole frutos y semillas de la huerta, el cual vivía en el valle de las Trofas, donde cultivaba una huerta. Allí fué bien r.ecibido y considerado. !Pero el dueño fué avisado nada menos que :por un hermano suyo que vivía en el pueblo de El Pardo que la permanencia de fray Gabriel en su domicilio le comprometía, y, por tanto, que debía ·echa.::le. En vista de ello, tuvo .que echarle de casa, manifestando después de terminada la guerra ·a otro religioso de El Pardo que lo había sentido muchísimo, pero que ante el peligro, n.o tuvo más remedio. Más tarde, al ser perse– -guido el dueño, se lamentaba amargamente, diciendo que si hubie– ra mantenido en su casa a fray Gabriel, no le hubiera pasado lo que le estaba ocurriendo.» (Fray Eleuterío de Rozalén.) Fuera ya del segundo refugio, anduvo el siervo de Dios errante por el monte de El Pardo sin comer ni beber por espacio de siete días, al cabo de los cuales le encontraron agotado algunos milicianos y guardias de Asalto que vigilaban el monte para que en él no pu– dieran guar.ecerse personas de derecha al huir del infierno comu– nista de Madrid. La primera intención, después de aveliguar quién era, fué rematarle allí mismo, a lo cual se opuso el jefe de los guar– dias de Asalto, siendo conducido al pueblo de El Pardo y allí presen– tado como rel~gioso de la comunidad de dicho convento. El tribunal popular le condenó a muerte por el delito de ser religioso. No le eje– cutaron por entonces, al enterarse de que era el hortelano y el que cuidaba de los animales. juzgando que allí podía pr€star muy bue– nos servici.os a los asaltantes y ocupantes del convento, y al con– vento le llevaron. VII En la huerta del convento.-Continuos insultos, veja– ciones y !Zmenazas de muerte.- Matrimonio con una miliciana. Apenas hubo lleg.ado fray Gabriel al convento, inmediatamente le mandaron los milicianos a cultivar la huerta y cuidar los anima- 1es como lo hacía antes de ser arrojados los religiosos, pero vigilado constantemente por aquellos, que no solamente no le dejaban des– cansar un momento, sino que continuamente le amenazaban con 320

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