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pues «ya desde niño se manifestó como un niño muy sensato, y des~ pués yo nunca advertí qu~ fuera irreflexivo, ni oí decir que en el des– empefio de sus cargos fuera imprudente.)> <<Jamás descubrí en él deta– lles de precipitación en su manera de proceder, ni que fuera impul– sivo en el cumplimiento de sus debere.s. Más bien era muy ponde– rado, y a trueque de servir a los demás se olvidaba ci.e sí mismo, como lo demostró el día que tuvieron que abandonar el -convento los reli– giosos para buscarles acomodo, pues él, valiéndose del prestigio que tenía y de las amistades que su prest¡gio le habían proporcionado, fué el que se preocupó de buscar casa para muchos padres, I'Sin cui– darse de sí mismo.» En demostra•ción de la prudencia que poseía e'l padre Andrés «puedo asegurar que en. las normas de dirección que conmigo usó se mostró siempre adaptadísimo al estado de mi con– ciencia, sin que jamás procediera en ningún caso imprudentemente y sin la debida reflextón. Ajustaba los consejos y las normas confor– me a los fines; y así, antes de aconsejarme un estado determinado, ya fuera el de la vocación religiosa, ya del matrimonio, -él investigaba mi manera de ser, de tal suerte que cuando me hizo sugerencias en uno o,en otro sentido, le vi sumamente discreto para mantenerse en los justos limites al darme sus orientaciones». «La vtrtud de 'la prudencia era una de las más destacadas en ·el siervo de Dios; y lo digo porque lo pude observar tras de una porción de afios en que me confesé con él. Esta prudencia la usó también fuera del confesonario, y puedo asegurarlo, porque, a pesar de tratar conmigo tantos años en el confesonario, no recuerdo que fuera a mi casa antes de estar fuera del convento en los tristes días de la revo– lución.» <<Siempre fué reflexi.vo en su condu'Cta habitual, tanto en el trato con nosotros como en cualquiera de sus actividades. De impul– sivo nadte lo tachó jamás.» «Creo que la virtud de la prudencia es la más sobresaltente en este siervo de Dios, reflejada -en el don de con– sejo que pudimos apreciar en él tantas veces. Era un hombre serio, equilibrado y ponderado en sus consejos.» Otra de las virtudes que en el padre Andrés se destacó fué la vir– tud de la fortaleza, demostrada por «la decisión que tuvo al arran– carse de mis padres para ingresar en el convento, pues mientras ellos lloraban él se mantuvo firme y resuelto, tal y como si no pasara nada>>. Como prueba de su fortaleza pu-edo citar estos dos casos: Estando el padre delante de una librería en la calle del Pradot, le tiraron desde un balcó.n unos algodones. impregnados de gaso– lina y ardiendo, con los que fácilmente hubiera podido incendiar– se el hábito del padre; sin alterarse un .punto vino a su convento, y como la cosa más natural y sencilla nos dijo: «Me han querido achicharrar vivo, pero se conoce que aún no ha llegado mi hora.» 25

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