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lientemente en la ficha su condición de religioso, siendo inmedia– tamoote sepultado en un calabozo, donde había más de seiscientas personas detenidas, hacinadas, sin comer ni beber, sin descanso de ningún ·género, oyendo los gritos dolorosos, angustiosos de algunos recluidos que habían perdido el uso de la razón a causa de los sufri– mientos y del terror que les <embargaba.~ (Varios religiosos.) VI En libertad. -Buscando asilo.- Soy el Superior de El Pardo. - Sucio y extenuado. -Comportamiento en el refugio. Cuando los asaltantes comunistas penetraron en el convento de El Pardo y lo registraron minuciosamente no encontraron en él ar– mas de ninguna clase ni medio alguno de ataque o defensa, ni cosa que pudiera racionalmente comprometer a los religiosos. No se ha– bían metido en política, no habían ofrecido resistencia a los asal– tantes; cual mansos corderos habían sido conducidos al matadero, si así se les antojaba a los detentadores de la autoridad. Por lo mis– mo, el día 25 de julio fué en la Dirección General decretada su libertad. Pero el siervo de Dios padre Alejandro se acordó todavía entonces de que era el padre de sus religiosos y no se le ocultó el peligro que corríoo sus vidas al salir a la calle. De aquí que, expo– niendo nuevamente su propia vida, suplicara que retuvieran a los religiosos en la Dirección General de Seguridad o que los recluyeran en alguna cárcel, o bien que los llevaran otra vez al convento. Pero sus súplicas fueron menospreciadas y, partie-ndo él el último, todos fueron puestos en libertad, para que cada uno, si le era posible en tanta confusión, fuera a refugiarse a casas o pensiones de antemano buscadas. El siervo de Dios conocía a una familia, cuya dueña, viuda de estado, e ra de origen extranjero, la cual vivía con una hija soltera de edad adecuada para darse cuenta de los acontecim~entos. La se– ñorita ha proporcionado el valioso relato de la llegada y permanen– cia del padre Alejandro en su domicUio. El padre llegó a la casa bienh<echora tan desfigurado, que el por– tero del inmueble no le dejaba subir al piso, y sólo se lo permitió cuando el pobre, paladinamente, confesó que era el Superior del convento de El Pardo. En seg:uida que subió fué reconocido por la señora, dejándole inmediatamente pasar, y como •era la hora de la comida, le invitó a sentarse a la mesa, invitación que él no rehusó, 211

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