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Por eso, llegado el momento oportuno, no dudó en consagrarse definitivamente al Señor en la Orden del serafín de Asís, por la profe– sión solemne emitida el 15 de agosto del año 1919, y tres años más tarde recibió la sagrada Orden del presbiterado, el 1 de abril de 1922. (Acta de profesión solemne.) VI Lector.-A Roma.-Segunda vez Lector. Ungido apenas el siervo de Dios con la dignidad sacerdotal, fué destinado a la enseñanza de las ciencias filosóficas en el curso aca– démico de 1922-1923. Pero, para que ampliara los estudios se le envió a Roma, en donde permaneció tres años, obteniendo la borla de doctor en la Universidad Gregoriana. De regreso a la patria, nuevamente es desLgnado Lector de filo– sofia, y a la enseñanza se consagra por espacio de diez años, hasta que es asesinado por las hordas marxistas el año de 1936. No era el padre Miguel un talento extraordinario; mas su apli– cación al estudio, su vida ejemplar, su virtud y el método de Vida, le hicieron profesor adecuado para comunicar la ciencia a los diS– cípulos. «Dotado de piedad casi connatural cifró su ilusión en el cum– plimiento exacto del deber profesional, como Lector de filosofía en el Colegio. Preparaba las clases con asiduidad y cariño, valiéndose de los apuntes tomados en la Universidad Gregoriana, excitando a los discípulos al estudio con exhortaciones y con el ejemplo. En la clase conservó ecuanimidad de carácter y se mostró muy igual en todas las circunstancias. Amable y bondadoso, estimulaba al estudio, sin dejarse llevar de impetuosidades, tan opuestas a su temperamento afable y condescendiente. Ameno en la expresión, convertía la clase en entreten1miento intelectual, sin que por eso olv.idara la seriedad del aula. Un año le tuve de Lector: su clase siempre me fué agra– dable, y si bien no siempre interesante, sí sumamente provechosa.~ (Varios discípulos.) e Como Lector no pasaba de medianía; pero muy ordenado y me– tódico en la exposición de las tesis. En esta forma sencilla y metó– dica compuso unos apuntes que nos servían de texto. Eran tan sencillos y claros, que la mayor parte de los estudiantes apenas los leían una sola vez; pues bastaba esto para entenderlos.» cAun cuan– do no estaba dotado de grandes cualidades pedagógicas, en su con– ducta moral no observé nada reprensible. Guardaba la puntualidad tanto al entrar como al salir de clase, y mostraba afán por enseñar 182

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