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miento de las tropas fué de verdadera PERSECUCION RELIGIO– SA, en aquellos primeros momentos, especialmente consigna re– cibida por el populacho, de los elementos que nos gobemab$. La suerte. pues, de los que en aquellos momentos eran detenidos dependía del grupo de forajidos que intervenían en su detenc~ón, ya que el solo hecho de ser religioso o sacerdote, era motivo más que suficiente para ser juzgada y fusilada la persona que caía en poder de los mil~cianos que, o les hacían un simulacro de interro– gatorio judicial, para justificar su condena, en alguna eheca de las que se improvisaron, o no llegaba siquiera a ella. En persona se– glar, el manifestar su sentir cristiano lo mezclaban con la idea _politica y corría la misma suerte. :.Cuando le hablaba yo al padre con el pesimismo de lo mucho que oía y veía en el ambiente oficial en que forzosamente tenía que moverme, me ataja:ba diciendo: cEs cuestión de pocos dias... verás Santiago... verás San Ignacio... ya vienen por tal sitio:. , es decir, lo que le llegaba por las escasas noticias, exactas unas (las del padre Sixto), falsas otras, por eonducto de la asistenta de aquella casa, ún~ca persona extrafia que alli entraba y que hasta entonces no sabia su estancia allí. »El día 1 de agosto, me habló el padre de La Porciúncula con pena (fué un sermoncillo delicioso) y toda su ilusión era poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Le encontraba siempre én la pieza que hacía de comedorcito, e incluso, creo, que dormía &llí, en una especie de sofá que había, y siempre estaba rezando el breviario o con el rosario entre los dedos. ¿Qué fué de aquel rosario que metía y sacaba de su bolsillo, cuyas cuentas tanto desg.ranó en aquellos días de su triste encierro? En casa no lo dejó, pues no rescaté más que unas medallitas.» (Inés G. Torreblanca.) Después de lo anteriormente manifestado por la sefiorita Inés .González Torreblanca, a qui·en luego volveremos a citar, ahora oiga– mos lo que otro dice relacionado con el padre Manila, y especialmente con los deseos de celebrar la Santa Misa, aunque haya que disentir acerca de algunas de sus aseveraciones, que se irán anotando. cTambién visité, como a todos los demás religiosos, al padre José Maria de Manua, conforme a mi costumbre, y recuerdo que el último día que le vi, hacia el 13 de agosto, se me quejó amargamente de que hacia mucho tiempo que no había celebrado, y que esto no podia soportarlo, y me anunció que el dia 15, fiesta de la Asunción, no pasaba sin decir Misa, por devoción a la Virgen, y que. ocurriera lo que ocurriera, él trataría de ir a casa de unos amigos suyos, que vivían en Alfonso XI para celebrar en el oratorio que ellos tenían. Entonces me permiti decirle que no convenía saliera de casa, porque 148

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