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VI Ante el 20 de julio.-Forzosamente exilado.-Su vida en: el rejugio.-Ansias por celebrar l{1, santa misa. El 20 de julto de 1936, el padre Manila tuvo que dejar forzosa– mente la mansión de paz, lo mismo que los otros religiosos-que vivían en el convento de Jesús, de Madrid. Aquel vtva el Corazón de Jesús pronunciado con tanto fervor y confianza, fué seguido inmediata– mente de las más dolorosas amarguras, al ser asaltado el convento~o presos alg.unos religiosos, registrado aquél y dispersados sus habitan– tes para huir de una muerte segura a manos del comunismo inter– nacional. Los Superiores se habían preocupado de buscar asUe a los reli– giosos, caso de verse obligados a dejar el sagrado recinto, como en efecto aconteció el día fatal de la persecución de todo lo religioso en Madrid y zonas rojas. Al padre Manila se le asignó el domicilio de un matrimonio en cuya casa vivió de pupilo durante algún tiempo cuando estudiaba la carrera de leyes. Dejemos que una persona nos trace el cuadro doloroso del siervo de Dlos en aquella deplorable coyuntura: c.El día 20 de juli~cr.ibe la aludida persona:-llamaron a la puerta; era el padre Manila, un i)OCO demudada la cara y muy mal vestido: blusón largo, boina, zapatillas de paño, maletín en la mano y... ¡sus barbas! ... Al verle, le digo tajante: eUsted se queda aquí con nosotras» (vivíamos mi madre y yo solas). «No; el padre guardián me dice que vaya con Juan y Carlota. Es que bajando por la calle de Cervantes, un grupo de gente me asustó.~ c:Claro-con– testé-, con esa indumentaria no me extraña ... Arréglese aquí; le voy a sacar ropa; entre tanto coma algo.) No consintió que mima– dre le preparara nada; solamente tomó un sorbo de agua de limón, como obligado, pues suponíamos que tendría sed y susto. cAqui tiene usted mi dormitorio; esté usted tranquilo, no hay nadie.) Le saqué una camisa de mi padre, que por estarle estrecha. la rasgué por la espalda y la pudo poner; se puso una americana nueva de Vázquez de Mella que se guardaba sin estrenar y que le venía bien, pues era como él de corpulento. Cuando se me presentó vestido, le pedí permiso para recortarle la barba, que se la dej é en punta, a lo cMenéDdez Pelayo) . Me dijo que le guardase el maletín, que contenía sermones y apuntes; sacó de él un envoltorio pequeño. · Me preguntó: «¿Habrá alguno en la casa que me acompañe?) «No -le contesté-. Son aquí algo czurdos); y volviéndome a mi madreo 146

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