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t6ntaba alguna idea que, de algún modo, aún insignificante, pudiera. rozar la virtud angélica. Se distinguía el padre Gregario por su devoción a la Santísima Virgen y por una rgran delicadeza en orden a la virtud de la pureza, pues cuando se hacía algún comentario menos favorable se retiraba. También era muy mirado en la virtud de la earidad, pues al oír alg,ún comentario desfavorable en los recreos, él no tomaba parte y procuraba irse. Este es el testimonio unánime de cuantos se ocu– pan y hablan del siervo de Dios. En un diminuto papel se ha econtrado escr.ita de puño y letra del padre Gregario la aceptación de la muerte. Con gusto lo trasladamos a estas páginas: 4=Señor y Dios mío, yo desde ahora recibo de tu mano, con tranquilidad y de buen grado, cualquier género de muerte que te plazca enviarme, con todas sus angustias, penas y dolores.:. Fórmula ciertamente breve, pero ejemplar y muy significativa. VI Forzoso abandono del convento.-En el Asilo de Huér– Janos.- Al cuartel de Transmisiones.-A la Di:rección General de Seguridad.- En libertad. Según queda cosignado, cuando se inició la oguerra de liberación en el mes de julio del año 1936, se encontraba el padre Gregario de residencia en el convento de El Pardo. El día 21 fué para la Comu– nidad del sagrado recinto día de amar.g.uras, preludio de dolorosos acontecimientos, dispersión forzosa de todos los religiosos, encarce– lamiento de los mismos. V.amos a dejar que uno de los presentes Y protagonista en el dolor, como los demás, relate los sucesos. «Cuando tuvieron lugar los sucesos yo esta'ba de residencia en El Pardo, como profesor, y puedo dar testimonio de que en aquella. casa no había armas de ningún género, porque yo a los menos jamás las vi, y tampoco hubo padres que se distinguieran en ningún sen– tido de la política, ni tampoco ninguno de nuestros familiares. Sin embargo, llegaron los sucesos, y en uno de los primeros días, cuando– estábamos comiendo, sentimos unos disparos, y ya nos d1roos cuenta de que turbas venían por nosotros. El convento estaba rodeado por milicianos de El Pardo, y, sobre todo, de Madrid, que habían llegadO> en varios camiones. Como los tiros entraban por las ventanas, nos– otros nos preocupamos de subir a los niños al dormitorio, que está en el último piso, y lueg.o fuímos todos detenidos. Invadieron el con- 124

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