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~-Y a nosotros, ¿qué nos importa? La señ.ora y la criadas. :.-Y los tres frailes que tenéis escondidos. >Cuando la criada nos contó lo que le dijo el portero nos que– damos muy tristes y pensativos, esperando lo que por fin llegó.» Se nos ha informado que el día once de ag.osto, ya tarde, es decir a última hora de la tarde, fué el padre Sixto de Pesquera a visitarlos. pero debió de ser el día anterior, o sea el diez, porque fray Roberto de Erandio no co~ncide en la relación escrita que desde Venezuela envió y que verbalmente nos ha comunicado en su reciente venida a España, asegurando que es su relación la verdadera, por estar él presente. De todos modos el padre Fernando recibió con gran alegria la visita, pues dijo: cCarísimo, qué alegria de verle.~ Dijo entonces el padre Fernando al visitante: c!Pues nos coge usted meditando, y precisamente estábamos pensando en estas cosas: qué grande seria la gracia que Dios nos otorgara si nos ~ciera mártires; y el momento no podía ser más propicio, porque ahora los tres estamos dispuestos para ello.» Seguidamente los tres me dijeron que si por acaso sur– giera este feliz augurio, que querían confesarse para estar mejor preparados. Recuerdo que puse algún reparo, porque era tarde, pero ellos insistieron y los confesé. A las cinco de la madrugada del día sig.uiente suena el teléfono de mi casa, y se puso una de las hijas de la famUia de los señ.ores, y luego vino a mi cuarto y me dice: «Le llama su primo.» Entendí la consigna y me puse al teléfono, y oi la voz de una sirvienta de la casa donde estaba refugiado el padre Fernando, que me decía: «Procure usted no venir por aquí esta mañ.ana, porque el enfermo a quien tenía usted que poner la inyec– ción ha muerto.~ Comprendí todo el signüicado de la tragedia, y no insistí más.» El hermano fray Roberto de Erandio nos ha referido al detalle el registro de la casa, la detención de ellos y su posterior odisea. He aquí sus palabras: «Día 11 de agosto. Por entre las cortinas pude ver que los milicianos en la casa de enfrente, en la misma calle, regis– tran y ponen en desorden todas las cosas. Yo se lo comuniqué inme– diatamente al padre Sixto, indicándole del peligro que corríamos y que yo no tenía documentación. El padre Sixto no estaba en casa. El padre Fernando se acostó, y no sé por qué en la mesilla de noche había algunos frascos. Serian aproximadamente las dos de la tarde cuando se presentó un grupo de guard¡as y milicianos. En aquel mo– mento el padre se encontraba en el cuarto de aseo; golpearon fuer– temente la puerta y salió el padre. Nos mandaron al recibidor. Apo– yados en la pared y con los brazos en alto nos hicieron algunas pre– guntas. Nos pidieron el dinero, y les entregamos cincuenta pesetas cada uno; lo que nos dió a cada rel'igioso el padre guardián. Nos 98

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