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ANUARJO MISIONAL no de Dios y su justicia. De ordinario practicaba mis rezos diurnos paseándome delante de los rojos. E~toi; notaban que movía los la· bios y aplicaban las orejas a mi boca para oir lo que decfa. Pero luego se retiraban diciendo: •No comprendemos el lenguaje del ex– tranjero•. Al tiempo que rezaba no permitía que nadie me interrum– piera: a los que me dirigían la palabra les imponfa silencio forman– do cruz con los labios cerrados y el dedo índice. En la comunidad corrió la voz de que el misionero mientras estaba en conversación con seres invisibles ni siquiera tomaba alimento. Con el fin de ave- Rez.ando el Santo Rosario riguar lo que en ello hubiera de cierto me tentaban ofreciéndome platos exquisitos expresamente preparados para los rojos. Yo los retenía en la mano izquierda sin gustarlos ni mirarlos siquiera has– ta después de terminar sosegadamente mi rosario. Tantas veces practiqué esta devoción delante de ellos que llegaron a darse cuen– ta de su ceremonial o aparato externo. Como se ve por lo que de· cían los cofrades más antiguos a los novatos que mostraban deseos de hacer por sí mismos el experimento. •Ponedle en la mano, que tiene libre, vue.stra escudilla repleta de alimentos, y véréis cómo no toma nada hasta que toque con Jos dedos de la otra mano todas esas bolitas rojizas que lleva ensartadas• . No osaré decir que ora– l:a con gran fervor; pero si que la cautividad es para el creyente

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