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58 ANUARJO MISIONAL labor, les decía; porque yo soy hi¡o de una nación donde todo tra– bajo honesto dignifica al hombre.» No les llevaba el apunte a los que se mofaban de mi; lo único que a ·mi me importaba era estirar los nervios y hacer buena provisión de calor para poder soportar victoriosamente los fríos de aquellas horrorosas noches. Según que– da indicado, de noche efectuábamos nuestros cambios de domicilio, <le suerte que al llegar a nuestros nuevos alojamientos no había ya posibilidad de traer leña del bosque y parecíamos condenados a morir en nuestra heladera. Pero como dicen que el movimiento des– arrolla calor, yo apelaba con brío y coraje a mis ejercicios de gim– nasia sueca. El sueño no me preocupaba; casi lo odiaba. 50 - Rancho extraordinario Con relativa abundancia y hasta con regalo, puede decirse, fuimos tratados durante nuestra permanencia en la ladronera. Una vez nos dieron carne de oveja, y otra vez, de faisán, tan abundan– te en aquellos bosques. De ordinario nuestra comida se reducía a un plato de panizo bastante ab.indante, sin sal y sin condimento al– guno, que apesar de ser naturalmente insípido nos sabia a manjar de dioses. Quien dude si el hombre es o no es un animal omnívoro, para salir de dudas no tiene más que ponerse en nuestro lugar. Al· gunas pocas veces nos dieron también puré de maíz y sopas de al· forfón (txiaomi). Los cautivos teníamos rancho aparte y los ranche– ros éramos nosotros mismos. Los comunistas se dabat1 mejor trato y se servían manjares especiales, reservándost la parte del león. Para ellos había gran variedad de carnes: faisanes, perdices, galli· nas, ovejas, cabras y cerdos. En cuanto a las reses vacunas com– partían con todos los chinos auténticos, compatriotas suyos, la re– pugnancia a sacrificarlas y a comerlas. Menudea,ban los grandes banquetes en aquella ínsula donde nuestros amos apacentaban enor· mes r,:baños de ovejas y de cabras. De cuando en cuando se dig· naban ofrecernos algunos desperdicios de su mesa y· el agua que habla servido para fregar su vajilla; agua que nosotros paladeába– mos como si fuera un licor exquisito de acreditada marca. Y estos hombres que nos trataban con tanto despotismo, desprecio y des– igualdad se decían llamados a establecer en el mundo na libertad (1), la fraternidad (!!) y la igualdad (11!) Qué ironía! 5 1.-Mi cuenco de calabaza . La vajilla de los roíos, robada en casas particulares y residen– cias misionales, resultaba insuficiente para tantos comensales y és-

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