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ANUARIO MISIONAL. Alberdi. En el campo rojo se hablaba de ellas, y me inquietaba la idea de que pudieran ser robadas y saqueadas por nuestra poco es– crupulosa cuadrilla, quedando prisioneros sus r~ctores eclesiásticos. ¡Triste perspectiva! Para vivir en aquel infierno rojo, yo no querla ningún socio; por bueno y santo qut fuera ... Quería denunciarles el peligro que corrían; pero imposible. Si pudiera yo escaparme para avisarles personalmente! Pero eso era soilar despierto. En la misma noche del 22 retrocedimos en dirección Oeste y contra el curso de Huatxisui. Anduvimos hasta cerca de la media noche. El frlo '!ra tan horroroso que provocaba la calda del vello de las mano:.. Al fin nos refugiamos en un subterráneo. Los cocine– ros, y entre ellos mi guardián fray Ciruelo, trabajaban activamente. Los comensales rojos se hartaron de bazofia; y como los cocineros les convidaban todavfa con sus ollas humeantes, rechazaban la ofer– ta diciendo: Txe pao leo; es decir, ya estamos comounos cebones. A las clas~ pasivas no nos era permitido el acceso a las ollas, ni nadie se cuidó de invitarnos a la refección. No estaba ali! Sing tsanti. Pedí como un favor se me concediera pasar la lengu11 por las tazas vaciadas, ni eso me fué concedido. Insisto en mi petición, pen· sandoenlaeficacia de la oración perseverante e importuna,y consigo que me den entre insultos e improperios un mendrugo de pan duro y negro como el carbón. Lo trituro entre mis dientes y lo saboreo con fruición indecible. Aquello parecía un trozo de turrón de Alican– te! Faltaba mucho todavía para la aurora del día 23 cuando nos pu· simos otra vez en marcha. Rigurosa prohibición de hablar. En el valle todo era silencio, interrumpido solamente por el murmullo de las aguas, por los bramidos de los ciervcs y por los ayes de taI cual desven:urado que tropezando en los pedruscos del camino había su– frido algún desperfecto en su fisico. A la madrugada suena la trom– peta, y la abigarrada multitud acude presurosa a reunirse en la ex– tensa explanada de Husuwlln. Los jefes,puestos en cuclillas como de costumbre, deliberan ante numero~o público que va creciendo de dla en día. A causa de la distancia que nos separa de ellos, no podemos seguir su conversación rápida y animada. La conferencia duró unas tres horas, y a Juzgar por lo que observamos más larde se tomaron en ella muy importantes acuerdos. Otro toque de trompeta convo– ca a formar filas a nuestros fusileros. Los cautivos permaneclamos a un lado, custodiados por un centurión y sus correspondientes su– bordinados. Nos cargaron con la bandera roja, muebles, camas y es· copetes sin munición. El centurión dió la voz de mando: Seguidme.

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