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ANUARIO MISIONAL 49 !rada existencia, me decidí a quebrantarla pliblica y solemnemente, comiendo todo lo que me daban, y pidiendo lo que no me daban, y aún echando el ~uante con disimulo y astucia a los sacos de provi· siones de los demás. Habla que ser comunista de verdad! Hasta Ja teolo¡rfa católica da por bueno este comunismo en casos de extre· ma necesidad. En adelante no andaría con remilgos. Con mis pali· llos en las manos disputaría a los demás piaotze los granos de mafz que sobrenadaran en el caldo insustancial del cacharro común que se nos servía. Aquello iba a ser divertido! Por este tiempo encomendaron la alta dirección de los cauti· vos a Sing Tsantí, natural (según mis conjeturas) deTseng-tsuang· pú, de familia cristiana, aunque él mismo no estuviera bautizado. Nuestro nuevo in~pector conocía a Tseng-Xenfu, franciscano de le Provincia de Cantaliria, de quien hacia muy cumplidos elogios. <Es un excelente misionero, decía, que se sacrifica por los chinos. En el año de la peste bubónica asistía sin ascos ni repugnancias a los atacados de la epidemia, y logró salvar amuchos la vida. La te– mible peste no atacó al Xenfu (pater) por que le protege Tien· Tsu•. Creo que se refería al R. P. Francisco Zei;dokiz, natural de Gautegiz de Arteaga en Bizkaya. Nada tiene de particular que st. atribuyan tamar'los portentos de caridad a este misionero, obsesio· nado por la idea fija de salvar muchas almas para Dios. Fuera de esto, para él el mundo no tiene ruón de ser. En el hermoso valle bailado por el bullicioso Huatxisui, y entre Lingtxiamiao y Taipai· txeung pasamos algunos días; y por lo que toca a los prisioneros nos fué bastante bien bajo la humanitaria inspección de Sinj?' Tsan· ti. En las orillas del Huatxisui, había tubérculos y maiz; manjares sabrosos y regalados para los paladares de los cautivos. Acudla con frecuencia a Sing Tsanti pidiéndole patatas; y nunca me las nega· ba. Observaron los demás cautivos lo que pasaba; y no atrevién· dose ellos a hacer por si mismos idéntica petición, querían valerse de mi como intermediario. Entre tantos piaotze hambrientos, algu· nos de ellos jóvenes estudiantes, devorábamos tantas patatas que por fin Singtsanti torciendo el gesto me dijo: •Pero cuánta patata come este extranjero! Antes tan ayunador y ahora tan tragón! Ha· brá que hacer para él un presupuesto aparte•. Creía él que todas las patatas que le pedía eran para consumirlas yo solo. El 22 de noviembre llegamos cerca de Huisuise, población de la provincia del Shensi, y cercana ya a las primeras misiones australes de los franciscanos de Cantabria. Yo temía mucho por las residencias de Hu Paulo y Hu Pedro encomendadas al P. José

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